“Colombia y Venezuela reabren su frontera común de más de 2 mil kilómetros”, con el hashtag #FronterasAbiertas y #AbrirFronteraEs el gobierno del presidente de Colombia recientemente electo, Gustavo Petro, llevó a cabo una acción esperada, la apertura total del Puente Internacional Simón Bolívar (PISB) para el paso de vehículos y camiones de carga que había estado suspendido por estos pasos desde 2015.

Pero, ¿Qué ha pasado desde ese día, hasta hoy, después de ese acto simbólico y concreto? ¿Cómo se puede recuperar una relación que se ha deteriorado? ¿Qué hay más allá de la apertura de un puente, en términos de las dinámicas y las configuraciones creadas a lo largo de todos esos años en que el puente estuvo cerrado y, frente a lo cual surgieron nuevos o se reactivaron viejos caminos, rutas o pasos más allá o más acá del puente? ¿por el río seco o entre los arbustos?

El optimismo en el centro del país y desde la Casa de Nariño resuena y se contagia. Pero el restablecimiento de la dinámica comercial por el Puente no es aun garantía de nada. El PISB conecta a Colombia y Venezuela entre Norte de Santander y Táchira. Del lado colombiano está La Parada en el municipio de Villa del Rosario y del lado venezolano está San Antonio del Táchira. Este es solo uno de los tantos puntos de cruce fronterizo en esa larga frontera geográfica que comparten Colombia y Venezuela, la cual ha sido históricamente un espacio en disputa en el que se representan las tensiones y los conflictos políticos y diplomáticos entre países vecinos, y en el que el Estado o los Estados, más bien, se “encuentran” y son, al tiempo, poder y acción.
Nada de esto es novedad. Tampoco lo es el hecho de recordar que la noción de frontera es tan amplia que cuestionar el uso de un hashtag a estas alturas podría parecer vacuo. Pero es preciso, quizás sí, caer en una obviedad: entender la migración no es lo mismo que entender las fronteras y viceversa. Esto no se trata de una tautología y merecería la pena escribir más a fondo sobre lo que esto plantea. Pero el cierre de un puente conlleva a la apertura de otros, así como la vida se abre camino, los pasos humanos lo hacen también. Nunca nada, ni siquiera la pandemia pudo contener la movilidad humana en esa frontera tan visibilizada en distintos momentos, estoy hablando de flujos no de casos.
Desde que el paso por el Puente estuvo restringido y las relaciones diplomáticas entre los dos países congeladas, la dinámica de la vida en la frontera ha seguido su curso, se ha reinventado a sí misma y se ha reproducido en formas poderosas, al tiempo, de formación de vida y de formación de muerte. El crimen se ha expandido y los conflictos, la miseria, el desempleo se recrean en un espacio donde ha sido más el polvo, el calor, la única constante; porque el despojo, la desolación, el silencio que producen las muchas voces y los gritos y la ausencia de carros, se perciben en el aire y eso lo saben las noticias y tanto quienes aun resisten en ese lugar y quienes llegaron a instalarse para sacar provecho de ello mismo.
Pero el Estado es el Estado, todavía lo es, y la voluntad política, aunque tan cambiante, tiene la potencia de afectar la vida en las fronteras. Al menos eso esperamos que suceda con el acto simbólico que significó la apertura del puente. Eso esperamos, quienes somos parte de ese lugar, aunque no estemos allí, pero sobre todo, quienes sí lo están.
Por: Gabriela Pinillos