Por Dariana Ivonne Lizardi Godínez1
Existe un punto en el mapa donde la Tierra parece detener el paso, donde la línea se convierte en muro, en herida o en promesa. Ese punto se llama frontera. Pero más allá del alambre, del concreto o de la vigilancia, hay una pregunta que nos desborda: ¿qué significa acoger al otro cuando todo a nuestro alrededor fue hecho para impedir su llegada?
Roxana Rodríguez Ortiz, en “Tres postales sobre los límites de la hospitalidad en la frontera MEX-EUA”(2018), no sólo describe un fenómeno social o político; explora un territorio ético, estético y humano. Su texto es un mirar profundo sobre la imposibilidad—o la traición— de la hospitalidad en un mundo que ha hecho del control su principal lenguaje. La frontera, más que una línea, aparece como un espejo donde se refleja nuestra incapacidad de recibir sin miedo, de acoger sin condiciones, de abrir sin preguntar quién toca la puerta.
Pensar la hospitalidad en la frontera es pensar el límite mismo del o humano. Derrida decía que la hospitalidad auténtica no puede ser un contrato ni una norma: debe ser un riesgo. Aceptar al otro como huésped es aceptar también que ese otro puede transformarnos, desplazarnos, incluso destruirnos. Por eso, toda hospitalidad verdadera es un temblor del yo, un movimiento del alma que se expone a la alteridad. Sin embargo, como señala Rodríguez Ortiz, en la frontera mexicana-estadounidense, la hospitalidad se topa con la máquina del Estado, con la lógica del miedo, con la burocracia del rechazo. Allí, el rostro del otro se convierte en sospecha, y la acogida en trámite.
Kant había imaginado una hospitalidad jurídica: el derecho del extranjero a no ser tratado como enemigo. Pero en esa formulación late una contradicción: la hospitalidad es, en Kant, un derecho “condicionado”. El extranjero es bienvenido sólo si obedece las leyes del territorio que lo acoge. En ese sentido, la hospitalidad kantiana nace ya herida: su gesto ético se somete al orden político. Rodríguez Ortiz muestra que en la frontera esta herida se vuelve estructura: acoger al otro, sí, pero dentro del marco que decide quién merece pasar y quién no. La hospitalidad se burocratiza, se hace control, se disfraza de generosidad para mantener la exclusión. En cambio, Derrida propone una hospitalidad “incondicional”: abrir la casa incluso al desconocido que podría no respetarla, dejar entrar sin preguntar el nombre, sin pedir pasaporte ni motivo. Es una hospitalidad imposible —y, sin embargo, necesaria. Porque solo en esa apertura radical puede acontecer algo parecido al encuentro humano.
Rodríguez Ortiz traduce esa tensión a las imágenes que llama “postales”: escenas donde el arte, la frontera y el cuerpo se entrelazan. Un performance que atraviesa el muro, una fotografía que captura la quietud del tránsito, un vehículo detenido frente a la nada: todas son metáforas del límite donde la hospitalidad se vuelve estética, donde la violencia de la frontera encuentra su espejo en la sensibilidad.
La autora logra algo más que una descripción: convierte la frontera en categoría filosófica. Pensar el límite ya no como obstáculo, sino como espacio de relación. La frontera no sólo divide, también une, también revela. En ella se cruzan las contradicciones de nuestra época —la apertura global y el encierro nacionalista, el deseo de comunidad y el miedo al otro, la empatía y la exclusión. Cada muro levantado es, en el fondo, una forma de proteger la identidad, ese refugio frágil del yo. Pero si el yo se cierra, ¿qué queda de su humanidad? La hospitalidad, vista así, no es una virtud ni una cortesía: es una forma de resistir el cierre. Es el acto de decir “entra” incluso cuando el mundo dice “prohibido el paso”.
Rodríguez Ortiz nos invita a mirar ese gesto no desde la política, sino desde la vulnerabilidad. Quien abre su casa, se arriesga; quien acoge, se despoja. En esa pérdida hay una ética: la de quien reconoce que el otro no viene a confirmar lo que somos, sino a cuestionarlo. La frontera, entonces, no es solo un espacio geográfico: es una experiencia existencial.
Todos habitamos alguna frontera —entre el yo y el otro, entre el cuerpo y el lenguaje, entre el miedo y el deseo. Desde esa mirada, la hospitalidad es también un modo de existencia: un estar abierto, un dejar-ser. Pero el mundo actual nos enseña a temer, a cercar, a levantar muros incluso dentro de nosotros. De ahí que la reflexión de Rodríguez Ortiz trascienda lo político: apunta a lo humano, a la posibilidad de reaprender a habitar con otros.
Derrida decía que la hospitalidad auténtica sólo se da cuando el anfitrión deja de ser dueño de su casa. Y quizás eso es lo que la frontera niega: la posibilidad de ceder la propiedad de la tierra, del espacio, del mundo. La hospitalidad exige despojo, pero el Estado se funda en la propiedad; la ética pide apertura, pero la política necesita límites.
Entre ambas tensiones se escribe la historia de nuestras fronteras. Rodríguez Ortiz muestra que el arte —esas postales, esos gestos visuales— puede abrir grietas donde la ley cierra. Que hay una estética de la hospitalidad que sobrevive incluso en el muro. Y tal vez ahí se juega el futuro: en la imagen que no obedece, en el gesto que acoge sin permiso, en la palabra que sigue diciendo “bienvenido” a pesar del alambre.
Pensar la frontera, entonces, es pensarnos. Cada vez que excluimos, delimitamos o clasificamos, levantamos una frontera interior. Y cada vez que escuchamos, acogemos o compartimos, la disolvemos un poco. Por eso, la hospitalidad no es sólo un tema de migración: es una praxis del alma. No hay hospitalidad sin transformación, sin pérdida, sin amor. Porque recibir al otro es dejarse atravesar por su diferencia, dejar que algo en uno cambie.
Al final, el texto de Rodríguez Ortiz nos deja frente a una pregunta que no se agota: ¿hasta dónde somos capaces de acoger al otro antes de que el miedo nos devuelva a nuestro muro? Quizá la verdadera hospitalidad no esté en abrir la puerta, sino en dejar de construir casas con candados. Quizá el futuro ético de la humanidad dependa de ese simple y profundo gesto: no temer el paso del otro, sino celebrarlo.
Referencias:
Rodríguez Ortiz, R. (2018). *Tres postales sobre los límites de la hospitalidad en la frontera MEX-EUA*. *Revista Iberoamericana*, 84(265), 1135–1150. https://doi.org/10.5195/reviberoamer.2018.7681
- Dariana Ivonne Lizardi Godínez es estudiante de la licenciatura en Filosofía e Historia de las Ideas de la UACM. Este texto fue escrito para el seminario Filosofía de la Cultura durante el semestre 2025 -II, impartido por Roxana Rodríguez Ortiz. ↩︎
