Hospitalidad: campo de batalla entre la ley y el deseo

Por Dariana Ivonne Lizardi Godínez1

Pensar la hospitalidad desde Derrida es danzar al borde del abismo humano: ese impulso primario que nos abre la puerta y, a la vez, nos paraliza ante lo desconocido que acecha al otro lado. No es una virtud serena ni una costumbre domesticada, es una herida abierta que nos obliga a pensar. Derrida, en su íntimo diálogo con Anne Dufourmantelle, no nos habla de una hospitalidad que se pueda encorsetar en leyes promesas, sino de un torrente desbordado: abrirnos sin reservas, sin preguntar quién llama ni qué carga consigo. Pero ahí, en ese mismo acto, se alza la paradoja: ¿cómo podemos recibir sin imponer nuestra sombra, sin convertir nuestra casa en una jaula dorada?

Derrida nos revela que la hospitalidad es un campo de batalla entre la ley y el deseo. Existe una “ley de la hospitalidad” que nos exige acoger al extranjero, pero también un laberinto de leyes que la estrangulan, que deciden quién merece entrar, quién tiene los papeles correctos, quién es digno de nuestra compasión. La tensión entre ambas es la cicatriz que desangra nuestro mundo: la utopía de una hospitalidad pura y, sin embargo, la urgencia de no renunciar a ella.

En esa contradicción late el corazón del pensamiento derridiano: reconocer que la hospitalidad absoluta, esa que no interroga, que se entrega sin reservas, que se deja inundar es un sueño inalcanzable, pero que precisamente por eso se convierte en nuestra brújula. El pensamiento no es un bálsamo, sino un terremoto que nos recuerda nuestra humanidad.

Hay una rebeldía intrínseca en esta imposibilidad. Acoger al otro no es un acto inocente: es un desafío al orden establecido. Abrir la puerta es renunciar, aunque sea por un instante fugaz, a nuestro dominio sobre el espacio que creíamos propio. Derrida lo sabe: la hospitalidad es un riesgo para nuestra identidad, nuestro nombre, nuestras fronteras. Pero también es la semilla de lo nuevo, de lo inesperado. El huésped, el extranjero, el migrante, el visitante que no esperábamos, son la encarnación de lo que nos desestabiliza, de lo que nos obliga a repensar nuestra comunidad y sus límites.

Anne Dufourmantelle ilumina este pensamiento con una ternura que nos permite respirar. Su voz transforma lo imposible en una ética de la vulnerabilidad: acoger es exponernos, dejarnos tocar, reconocer que el otro no es un objeto que podemos controlar, sino una experiencia que nos transforma. Así, la hospitalidad deja de ser un deber abstracto para convertirse acto de valentía, un gesto donde nuestro cuerpo, nuestra lengua y nuestra historia se desnudan.

En el fondo, Derrida nos habla de un amor que trasciende las definiciones convencionales, un amor que se atreve a soltar las riendas. La hospitalidad como un acto político de amor. Amar al que llega sin exigirle que se convierta en un espejo de nosotros mismos, sin obligarle a traducir su esencia. Derrida nos diría que la verdadera hospitalidad es una quimera, pero quizás lo esencial es seguir persiguiéndola, seguir abriendo la puerta aunque las leyes nos griten que no.

Pensar la hospitalidad hoy, en un mundo donde las fronteras se alzan como muros y el miedo se propaga como un virus, es un acto de resistencia. No es ingenuidad, sino la lucidez de recordar que nuestra humanidad se juega en ese filo: entre el temor y la apertura, entre el control y la entrega. Quizás Derrida nos enseña que solo en esa incertidumbre florece la verdadera ética. Ser hospitalario no es solo dar refugio, sino permitir que la llegada del otro descoloque el sentido mismo de lo que llamamos “nosotros”.

La hospitalidad no es una práctica social, sino una práctica del alma: una disposición a dejarnos transformar, a aceptar que nuestro hogar nunca fue completamente nuestro. Derrida abre una grieta en la idea de pertenencia, y en esa grieta se cuela lo diferente, lo inesperado, lo que nos da vida. Acoger es también despojarnos de lo que creíamos ser, y tal vez por eso toda hospitalidad auténtica duele un poco. Pero ese dolor, como nos recuerda Dufourmantelle, es la prueba de que algo genuinamente humano está sucediendo: el instante en que dejamos de temer al otro para comenzar a existir junto a él.

Referencia:

Derrida, J., & Dufourmantelle, A. (2006). La hospitalidad (M. Segoviano, Trad.). Amorrortu Editores.

  1. Dariana Ivonne Lizardi Godínez es estudiante de la licenciatura en Filosofía e Historia de las Ideas de la UACM. Este texto fue escrito para el seminario Filosofía de la Cultura durante el semestre 2025 -II, impartido por Roxana Rodríguez Ortiz. ↩︎