¿El siglo XXI se volvió kafkiano?[1]

¿Kafkiano puede ser usado sinonímicamente como sustantivo o adjetivo para aludir a las instituciones, a la burocracia, a la espera ante la ley o para referirnos a los sujetos fuera de la ley? ¿Cómo traducir la incertidumbre, la transformación, la pequeñez ante la injusticia que observamos en el conflicto palestino-israelí o en las fronteras geopolíticas en cualquier rincón del mundo? ¿Son las personas migrantes o solicitantes de refugio en el mundo personajes kafkianos? ¿Son los estados, los gobiernos, los gobernantes esos guardianes, también kafkianos, a quienes debemos confrontar en el presente siglo? ¿Cómo leer la obra de Kafka con los lentes de lo que está por-venir?

En diferentes momentos he analizado la obra de Kafka. Siendo estudiante de doctorado en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en Barcelona me enfoqué en lo fantástico e irónico de varios de sus cuentos cortos.

En Un médico rural, por ejemplo, lo fantástico existe gracias a que lo imposible convive con lo posible, mientras que el espacio y el tiempo delimitan las fronteras entre lo concreto y lo abstracto, reflejando así la angustia de un “médico rural maldito, quien, por haber seguido ‘equivocadamente’ su vocación de curandero…, se ve condenado a errar eternamente en un ‘carro terrestre’ al que van enganchados ‘caballos no terrestres”:

–¡Adelante! –dijo él, da una palmada, el coche es arrastrado como una paja en la corriente, me da tiempo de escuchar cómo la puerta de mi casa estalla y se hace añicos ante la arremetida del mozo, después mis ojos y mis oídos son invadidos por un zumbido que penetra uniformemente por todos mis sentidos, pero esto también solo por un momento, porque, como si ante la puerta de mi patio se abriese inmediatamente el patio de mi enfermo, ya me encuentro allí.

Franz Kafka

Posteriormente, ya dedicada de lleno a realizar estudios fronterizos comparados, analicé de manera analógica la novela América, en la que se narran las aventuras de Karl Rossmann, un joven alemán que es enviado a Estados Unidos por sus padres cuando éstos se enteran que embarazó a una de sus servidumbres. Esta novela es particular porque además de que no está terminada, al parecer Kafka nunca visitó Estados Unidos, pero logra captar la esencia de la ciudad de Nueva York y del American dream de principios del siglo XX: una ciudad descrita de forma grandilocuente, donde los referentes simbólicos del proyecto de la modernidad están presentes desde el inicio del texto:

Cuando Karl Rossmann —muchacho de dieciséis años de edad a quienes sus padres enviaban a América porque lo había seducido una sirvienta que luego tuvo un hijo de él— entraba en el puerto de Nueva York a bordo de ese vapor que ya había aminorado su marcha, vio de pronto la estatua de la libertad, que desde hacía rato venía observando, como si ahora estuviese iluminada por un rayo de sol más intenso. Su brazo con la espalda se irguió como un renovado movimiento, y en torno a su figura soplaron los aires libres. (288)

Franz Kafka

Como parte de mis actividades docentes, también analizo la influencia de Kafka en los y las filósofas que le precedieron en el siglo XX: Theodor Adorno no fue su mejor lector, contrario a Walter Benjamin en quien encuentro similitudes con su escritura; Hannah Arendt recupera referencias de su obra para su teoría política, Jacques Derrida hace lo propio en varios de sus textos para deconstruir la justicia y el derecho, mientras que Judith Butler recupera a Kafka, no sólo su obra, desde la teoría literaria y la teoría política.

No es casualidad que sean estos filósofos y filósofas quienes mejor lo han leído hasta ahora, pues son ellos, todos judíos, quienes forjan su pensamiento filosófico durante la persecución nazi. A excepción de Butler que nace años después de terminar la segunda guerra mundial, pero es a ella a quien le interesa indagar sobre la judaicidad en su obra como fantasía de sofocación:

La judaicidad es vinculada, una y otra vez, con la posibi­lidad de respirar. ¿Qué tengo en común con los judíos? Tengo suerte de siquiera poder respirar. ¿Son los judíos quienes le difi­cultan la respiración, o es Kafka quien se imagina quitándoles el aliento a ellos? (14)

Judith Butler

Analizar la obra de Kafka desde los estudios fronterizos comparados es lo que me convoca ahora, para ello considero dos de las fronteras más emblemáticas en las que he realizado trabajo de campo.

Inicio con la frontera entre México y Estados Unidos, para ello considero sólo uno de los tantos eventos que hemos observado en los últimos años, el de la “Gate 36”, para establecer la relación que encuentro con “Ante la ley”. La Gate 36 es una de las puertas fronterizas entre Juárez y El Paso que se abrió a finales del año pasado, generando un caos en la zona durante varias semanas, para que pudieran “entregarse” las personas solicitantes de refugio a la border patrol, pues les habían dicho que si se entregaban después las liberarían en algún condado cercano.

El conector que utilizo entre el evento fronterizo y el texto de Kafka consiste en encontrar la analogía en función de la experiencia de no-pasar-pasando. Es decir, en la Gate 36 las personas migrantes esperaron días ante la puerta para poder cruzar la frontera. Algunos pudieron pasar, otros se quedaron esperando, como el campesino del texto de Kafka.

Allí se queda sentado días y años. Hace muchos intentos por ser admitido, y cansa al guardián con sus ruegos. El guardián lo somete con frecuencia a pequeños interrogatorios, le pregunta sobre su país y muchas otras cosas, pero son preguntas hechas con indiferencia, como las que hacen los grandes señores, y al final le repite una y otra vez que aún no puede dejarlo entrar. El hombre, que se había provisto de muchas cosas para su viaje, lo utiliza todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este le acepta todo, pero al hacerlo dice: «Lo acepto solo para que no creas que no lo intentaste todo».

Franz Kafka

El evento de la Gate 36 hace alusión a la parábola de las puertas kafkianas de quien espera ante la ley. Una línea negra y gruesa, tipográficamente expuesta en Instrucciones para cruzar la frontera, del escritor tijuanense Luis Humberto Crosthwaite. Instrucciones que preparan a los sujetos que habitan en la Línea (los sujetos transfronterizos) para que puedan contestar adecuadamente las preguntas que les hará la migra antes de ingresar al país vecino. Un giro interesante en la acción dramática si lo comparamos con el campesino de Kafka que se muere esperando ante la puerta de la ley.


Los muros, las puertas, los límites, las fronteras son tópicos presentes en la obra de Kafka que hacen evidente lo que queda dentro y lo que queda fuera, como podemos también leer en la “Fabulilla”:

-¡Ay! –decía el ratón-. El mundo se vuelve cada día más pequeño. Primero era tan ancho que yo tenía miedo, seguía adelante y me sentía feliz al ver en la lejanía, a derecha e izquierda, algunos muros, pero esos largos muros se precipitan tan velozmente los unos contra los otros, que ya estoy en el último cuarto, y allí, en el rincón, está la trampa hacia la cual voy.
-Solo tienes que cambiar la dirección de tu marcha –dijo el gato, y se lo comió.

Franz Kafka

Muros, largos muros es lo que se experimenta una vez que llegas a Palestina. Doble ejercicio de fortificación interna y externa sustentado en un proyecto urbanístico que, por un lado, pretende no solo desaparecer lo poco que queda de territorio palestino, sino también invisibilizar su presencia. Este proyecto urbanístico se observa cuando sales de Jerusalén para ir a Ramallah, incluso en el trayecto de Ramallah a Belén, donde se puede observar desde dentro el laberinto que es propiamente Cisjordania.

“Esos largos muros se precipitan velozmente los unos contra los otros”. Con esta panorámica entendí no sólo la experiencia estética de la ocupación israelí, sino también la panoptización de la urbanística del apartheid que funciona, desafortunadamente, a la perfección. Una urbanística más sofisticada que otras en las que he estado en la medida en que socava, arrasa con la esperanza y la expectativa de quien queda al interior de estas urbanizaciones impuestas por el otro.

¿A quién le pertenece Kafka? es el título del libro de Judith Butler. La pregunta no es retórica sino política. Israel solicitó la “judeización” de la obra de Kafka:

A partir de 2016 comenzó el traslado a Jerusalén de los papeles, que habían sido localizados en diferentes ubicaciones. El Archivo de Literatura Alemana remitió miles de manuscritos. Entre los muros de una vivienda abandonada en Tel Aviv se recopilaron algunos documentos del autor de Carta al padre. El último envío, recibido hace dos semanas en la Biblioteca Nacional de Israel, procedía de cajas de seguridad en una sede del banco UBS en Zúrich, según ha informado France Presse.

El País

¿Kafka lo hubiera querido? Si bien es cierto que en algún momento soñó con conocer Palestina (previo a la conformación del estado israelí), como le propone a Felice en sus primeras cartas, también es cierto que Kafka no se asume propiamente como un escritor judío. En todo caso, lo que el gobierno israelí pretendía con nacionalizar su obra era que el nombre propio, Kafka, le ayudara “a su­perar la pérdida de reputación que ha sufrido Israel por virtud de su permanente ocupación ilegal de tierras palestinas”, pero, se pregunta Butler, “¿Puede el po­bre Kafka soportar dicha carga? ¿Puede él ayudar realmente a que el estado de Israel supere la mala publicidad que implica la ocupación?” (12).

¿Habrá todavía Palestina el siguiente año? Al salir de Palestina en 2016, no pude evitar pensar que pronto desaparecería el territorio debido a la acelerada ocupación israelí. El 7 de octubre de 2023 empezó el conflicto que conocemos, un conflicto sangriento, genocida que, recientemente, se ha traslado a las fronteras de Líbano, otra vez, una vez más. El resultado ya lo conocemos, no solo porque este conflicto ejemplifica el desasosiego incrédulo que nos dejan los textos de Kafka después de madurarlos, también porque en 1971 Jean Genet ya no hizo una radiografía estética del terror en su libro Cuatro horas en Chatila, donde afirma que “Las fotografías no captan las moscas ni el olor blanco y espeso de la muerte. Tampoco dicen los saltos que hay que dar cuando se va de un cadáver a otro” (14).

¿El siglo XXI se volvió kafkiano? Que mejor que el propio Kafka para decirnos: “La verdad es indivisible, y por lo tanto no puede conocerse a sí misma; quien quiera conocerla, tiene que ser mentira” (aforismo 80).


[1] Texto presentado en el Festival Cultural UNAM el 25 de septiembre de 2024.