La intolerancia del recibimiento  

Por Roberto Martínez Limón*

La cuestión de la migración hoy en día se ha vuelto un tema importante y relevante dentro de la vida diaria de las personas. En la actualidad, se puede observar (por los distintos medios de comunicación) una inmensa movilización de personas migrando de diferentes partes del  mundo, por una variedad de motivos. Pero, sobre todo, por inseguridad y falta de recursos para su subsistencia, esto se puede interpretar como actos hostiles de los que se quiere huir. Ahora bien ¿cuál sería el actuar de los residentes de determinado lugar ante la llegada inminente del extranjero, sin que su arribo provoque violentarlo?

En esta breve reflexión analizaré la hipótesis: la hostilidad es lo que mueve la migración. Para ello revisaré las consecuencias éticas, políticas que resultan de la hospitalidad y cuáles pueden ser las consecuencias de una hostilidad. La reflexión está basada en la obra de Jacques Derrida.

El tema de la migración se ha vuelto importante para la Ciudad de México (siempre lo ha sido, pero actualmente ha cobrado mayor relevancia), ya que está llegando una importante movilización de migrantes de origen haitiano. En mi opinión, es indudable que estas personas están migrando de sus lugares de origen por actos hostiles, por una necesidad de subsistencia y de seguridad. Ahora bien, en México hay una cierta hospitalidad; es decir, cualquier extranjero (o casi cualquiera) puede pasear por el territorio nacional sin esperar demasiados agravios en su persona, siempre y cuando respete las reglas de convivencia (hospitalidad condicionada); sin embargo, el ideal de estas personas es llegar a los Estados Unidos de América (EUA).

¿Por qué?, ¿por qué ir a un país donde parece que hay una mejor calidad de vida (o al menos ese es el sueño americano), pero que indudablemente, es un lugar donde se violenta a las personas que no pertenecen ahí, es decir son extrañas, son los otros? ¿Por qué no quedarse en México donde hay una hospitalidad, si no total, por lo menos agresiva que en los EUA?

Pienso que las personas tienen la creencia que al migrar a EUA lograrán alcanzar una mejor calidad de vida en un lapso de tiempo bastante corto, no importando que sean objeto de actos hostiles o discriminatorios con tal de alcanzar sus objetivos dado que, en sus lugares de residencia, esto sería algo muy difícil, sino imposible. (Esta idea y otras cuestiones surgen de la relación de convivencia propia con algunas personas de origen haitiano y esta es mi percepción, solo es una idea, un acercamiento).

Por otro lado, esta actitud de querer llegar a EUA se podría considerar como una especie de hostilidad hacia México, ya que los migrantes haitianos (y otros más) usan a México como un paso, como una frontera que se debe traspasar; es decir, a muchos de ellos se les brinda la oportunidad durante su estancia en México, por ejemplo, de aprender algo (un oficio) con lo que de alguna manera se crea un especie de vínculo; sin embargo, los extranjeros, en su afán de llegar a su destino, a veces dejan todo botado, lo que se traduce en un sentimiento de haber sido utilizados. Dicho de otro modo, solo se ocupa a México como un medio y no como un fin, entonces, esta actitud se puede considerar como un acto de hostilidad.

Ahora bien, México es un territorio que recibe a cualquier extranjero de una manera afectiva; es decir, existe cierta hospitalidad, pero ¿se puede afirmar que no se violenta a los migrantes?, ¿se puede afirmar que no existen actos hostiles de parte de los residentes hacia los haitianos? Desde mi perspectiva, a los migrantes haitianos, solo se les tolera, ya que ellos tienen una forma de vida muy diferente a la de los mexicanos en relación al trabajo, las reglas de convivencia y, sobre todo, el idioma. Una vez que entran en contacto con los mexicanos tienen que pasar por una especie de “adaptación”: tolerancia que es un modo de hostilidad; es decir, yo te tolero siempre y cuando te adaptes a mis reglas, a mis costumbres y no traspases la línea.

Entonces, dicho lo anterior, se puede hablar de actos hostiles, tanto de los nativos, como de los extraños; por lo que, llegamos a una antinomia insoluble de la hospitalidad como menciona Derrida:

por una parte, La ley de la hospitalidad, aquella que no exige identidad, nombre o apellido y que no quiere nada a cambio y por otra parte, las leyes de la hospitalidad, esos derechos y esos deberes siempre condicionados y condicionales, tal como los define la tradición greco-latina, incluso judeo-cristiana, todo el derecho y toda la filosofía del derecho hasta Kant y Hegel en particular, a través de la familia, de la sociedad civil y del estado.

(Derrida, 2008: 81)

La deconstrucción, pienso, lo que hace es señalar en todos las cuestiones que son relevantes (y hasta las que no) las aporías que surgen en ellas. En el tema de la hospitalidad, la aporía emerge de la tensión entre una ley universal (que es la misma para todos en su aplicación) y las leyes particulares (que según el contexto y las circunstancias pueden variar). De esta tensión surgen algunas cuestiones sobre cómo conciliar reglas generales con situaciones específicas y además cómo aplicar principios éticos, ya que al estar en una sociedad llena de matices y complejidades, esto se vuelve problemático.

Así pues, pensar en una hospitalidad incondicional absoluta es poco viable dado que a la hospitalidad le corresponde “un deber ser”, como menciona Derrida: “la hospitalidad no es hospitalidad si es estricto cumplimiento de un pacto o de un deber, si se da por deber” (Derrida, 2008, 8); es decir, debo ayudarte, debo recibirte, porque es mi deber y no por el hecho de hacer las cosas en sí mismo. Por otro lado, en una hospitalidad incondicional, el anfitrión abre su casa y su ser al otro sin condiciones ni reglas ni expectativas y, aunque es un ideal inalcanzable, considero que puede servir como una aspiración ética.

Con base en lo mencionado, Derrida dirá que la hospitalidad ideal no existe, e incluso se puede llegar a malinterpretar, ya que como menciona Rodríguez Ortiz:

bajo la argumentación de que si empleamos indistintamente el término “categórico” e “incondicional” incurrimos en el error de malinterpretar la ley de la hospitalidad porque desde el imperativo categórico se estipula una acogida condicionada al deber; mientras que desde el empleo del concepto incondicional se piensa en una acogida sin condición.

(Rodríguez Ortiz, 2017: 142)

Sin embargo, considero que la hospitalidad condicionada es un primer requisito de una hospitalidad ideal, ya que la hospitalidad incondicional traspasa el cálculo jurídico, político. En pocas palabras: no se pueden establecer límites claros y definitivos en el significado.

Entonces, si no hay hospitalidad ideal, pero no se puede establecer algo definitivo, ¿cuál sería la situación de los migrantes (en este caso haitianos) en relación a la llegada de un territorio, de una casa o de algún lugar? Considero que la condición del migrante, en su a afán de mejorar su situación, se vuelve rehén; rehén de su misma condición de no pertenecer a un lugar ni a otro, como menciona Derrida:

 Soy en cierto modo el rehén del otro,  y esta situación de rehén en la que ya soy el invitado del otro al acoger al otro en mi casa, en la que soy en caza casa el invitado del otro, esta situación de rehén define mi propia responsabilidad. Cuando digo << heme aquí>>, soy responsable del otro, él <<heme aquí>> significa que ya soy presa del otro (<<presa>> es una expresión de Levinas). Se trata de una relación de tensión; esta hospitalidad es cualquier cosa menos fácil y serena. Soy presa del otro, el rehén del otro, y la ética ha de fundarse en esa estructura de rehén.

(Derrida, 1997)

En efecto, la hospitalidad no es simple ni serena. Al decir heme aquí, se asume la responsabilidad de acoger al otro en mi vida, dado que somos rehenes mutuos, atrapados en una relación de dependencia. Por lo que habría que trazar una relación afectiva en relación al otro, al migrante. Esto conlleva a un reconocimiento de la vulnerabilidad del otro y, a su vez, a brindarle protección, en lugar de tratarlo como algo estético o simplemente ignorarlo.

Roberto Martínez Limón

Por otro lado, considero que la categoría de rehén no puede tener una connotación positiva, ya que la hospitalidad incondicional exige una acogida sin ningún tipo de restricción al otro; por lo que, el anfitrión se convierte en una especie de rehén de un compromiso ético. Es decir, en esta relación rehén significa que el anfitrión reciba al otro sin importar las consecuencias que pudieran derivarse.

En la travesía del migrante haitiano, una vez que sale de su país, quiere pertenecer a otro donde es un extraño y si éste lo rechaza, entonces, el haitiano ya no quiere regresar a su país de origen (por las condiciones que ya se mencionaron), por lo que, el migrante queda en una especie de “limbo administrativo” (Rodríguez Ortiz, 2017), en donde no pertenece a ningún lugar ni a otro por su condición misma de migrante.

Entonces, se genera una tensión entre la hostilidad de el migrante, dada su condición de extraño que nada tiene que ver con el país al que llega ni al que pretende llegar (haitianos), al no querer establecerse en México, frente a una hospitalidad que se les puede brindar ya sea condicional o incondicional. Así pues, al llegar a un territorio extraño surge la sensación de ser un rehén y esto puede considerarse una analogía (violencia-hostilidad) que puede experimentar un extranjero, ya que esto implica no solo portar la marca de extraño, sino las costumbres de un lugar, de un idioma.

Quizás la primera violencia que sufre el extranjero: tener que hacer valer sus derechos en una lengua que no habla. Suspender esta violencia es casi imposible, una tarea interminable en todo caso.

(Derrida, 1997)

A grandes rasgos esto sería parte de lo que las personas extranjeras, en este caso las haitianas, experimentarían en su peregrinar por lograr su sueño americano, por lo que la pregunta es ¿qué hacer para mejorar las condiciones de movilización u hospitalidad? (Independientemente de si se quedan en México o no).

Es importante el tema de la hospitalidad, ya que con base en ella se puede hacer una reflexión sobre cómo los residentes de determinado lugar reciben a los migrantes, sin embargo, esto  acarrea muchas tensiones, dado que la llegada de extranjeros puede percibirse como actos de hostilidad, ya que se puede sentir como una invasión del espacio de las personas, lo que plantea dilemas éticos y políticos acerca de la hospitalidad. A pesar de existir cierto grado de tolerancia, los migrantes encuentran obstáculos y tensiones al buscar un lugar donde establecerse.

La idea de una hospitalidad incondicional es difícil de lograr, pero con base en ella se puede reflexionar acerca de las necesidades de los migrantes. Finalmente, abrir las fronteras sin ningún tipo de restricción (como lo sugiere la hospitalidad ideal) es un riesgo muy grande, lo único que se puede hacer es especular. Sin embargo, pienso que como todas las cosas en esta vida para ponerlas en acción es necesario un cierto grado de aventurarse, es decir, esperar a que haya una buena voluntad de ambas partes. Dado que, si se siguen las reglas establecidas, que son siempre cambiantes en relación al momento histórico en que se interpreten, sería a un más imposible una hospitalidad completa.

Referencias

Derrida, J. (2008). La hospitalidad. Ediciones la flor.

Derrida, J. (1997). “El principio de la hospitalidad” entrevista realizada por Dominique Dhombres, Le monde, 2 de diciembre. Link: https://reconstruyendoelpensamiento.blogspot.com/2007/09/el-….

Rodríguez Ortiz, R. (2017). Los límites de la hospitalidad en las fronteras geopolíticas. Estudio comparativo intercontinental. En Artega, Oliva, Rodríguez (eds.) Hospitalidad y Ciudadanía. De Platón a Benhabib. UACM-Itaca.


* Roberto Martínez Limón es estudiante de la Licenciatura en Filosofía e Historia de las Ideas de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). “La intolerancia del recibimiento” es el ensayo que presenta para certificar el Seminario de autor Jacques Derrida, impartido por Roxana Rodríguez Ortiz.


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