Mejor momento para repensar la noción del estado-nación y sus fronteras, después del triunfo de Francia en el mundial 2018, especialmente quienes todavía creen en libertad, fraternidad e igualdad como universales. Comparto el último capítulo de mi Cartografía de las fronteras. Diario de campo (2016), investigación realizada durante la mal llamada crisis de refugiados, en Europa.
El Mediterráneo: la frontera horizontal
Teníamos la costumbre de decir:
“Los palestinos somos los judíos
de los israelíes”.
¿Y si fuéramos en realidad sus
pieles rojas?
Elias Sanbar
Dado que durante el primer semestre de 2016 privilegié estudiar el espacio Schengen, tanto por el momento coyuntural en el que me encontraba durante el sabático, como para comprender las complejas relaciones entre la Unión Europea, el Norte de África y Medio Oriente, fue que decidí analizar desde diferentes perspectivas los vínculos socioculturales, económicos y geopolíticos prevalecientes en esta región, y las zonas de convivencia que forman parte de lo que en el primer capítulo también denominé la frontera horizontal del Mediterráneo.
Para ello, en este último capítulo del libro, analizaré la región comprendida por los países que desde mi propuesta epistémica conforman la frontera horizontal del sur del Mediterráneo en tres niveles. El primero alude a la conformación de las fronteras territoriales que actualmente existen en la región, desde la caída del Imperio otomano (1922). En el segundo nivel de análisis enumero las características generales de los países que conforman la frontera horizontal, haciendo particular énfasis en algunas zonas de convivencia fronteriza para entender la relación que mantienen con la política exterior europea, especialmente la que se refiere a la externalización de las fronteras (ejemplos: Nador-Melilla, Tarajal-Ceuta, Turquía-Unión Europea). El tercer nivel de análisis corresponde a la definición teorética de las lógicas transformadoras (modelos de sociedad, epistemologías y pluriversal) de las regiones fronterizas, que enuncio en la “Matriz conceptual de la cartografía de la frontera” (capítulo primero).
Sobre el primer nivel, la conformación de las fronteras territoriales, considero tres momentos sociohistóricos y geopolíticos, correspondientes a las categorías de la frontera socio-histórica y la frontera subjetiva: redacción del acuerdo Sykes-Picot (1916), y su vínculo con los Tratados de Versalles (1919-1920) y la Declaración de Balfour (1917); guerras de liberación de los países del norte de África (mediados del siglo XX); y conformación de la Liga de Estados Árabes (1945). En el segundo nivel, elaboro la clasificación de los países (nueve países) que desde mi perspectiva conforman la frontera sur del Mediterráneo, basándome en la categoría de la frontera de la securitización. Asimismo, expongo algunos ejemplos de zonas de convivencia fronteriza existentes entre Marruecos y España. Finalmente, en el tercer nivel de análisis, desarrollo las siguientes propuestas: redacción de modelos de sociedad ad hoc a cada población transfronteriza; elaboración de propuestas epistemológicas en función de los saberes locales; y el tránsito del paradigma de lo universal a lo pluriversal, especialmente en las regiones fronterizas donde se concretiza la externalización de las fronteras (países de tercer mundo). Este tercer nivel de análisis corresponde a la categoría de frontera glocal.
Los trazos de las fronteras en el sur del Mediterráneo
Para aludir al primer nivel de análisis de la conformación de las fronteras territoriales en Medio Oriente y parte de África, mencionaré brevemente las características del declive del Imperio otomano, dado que desde principios del siglo XIX empieza una transformación importante en la reterritorialización de las fronteras geopolíticas en tres de los continentes que ocupaba dicho Imperio, trazadas principalmente por Francia y Gran Bretaña.
El Imperio otomano inicia en el siglo XIV, y su declive se señala una vez terminada la primera guerra mundial (1922), aunque su decadencia se debe, en gran medida, a tres aspectos: los movimientos nacionalistas de los países del sur y este de Europa (Serbia y Grecia, principalmente), ocurridos durante las primeras décadas del siglo XIX; la ocupación colonial de Francia en Argelia (1830), Túnez (1883), y de Inglaterra en Egipto (1882); y el endeudamiento del Imperio con Rusia en 1877, una de las causas de la guerra Ruso-Turca (1877-1878) que precipitó su caída (Rivas Moreno, 2015).
El extenso territorio del Imperio abarcaba tres zonas vastísimas en tres continentes:
El nuevo Imperio otomano ocupará el lugar del Imperio bizantino, también borrado de la historia de manera irreversible. En 1590 (el período de máximo esplendor, en el momento de la muerte de Murat III) el Imperio llegaba desde Anatolia, Siria e Iraq hasta Irán por el este, desde Egipto a Marruecos por el occidente, desde Grecia hasta Buda —más allá de Belgrado— por el noroeste, desde Armenia hasta el mar Caspio por el noreste. (Dussel, 2007: 166)
Este territorio circunscribe el mar Mediterráneo, “el Imperio otomano tiene la mayor importancia. Se trata del muro que impide el contacto de la Europa latino-germánica con el centro geopolítico y comercial del antiguo sistema” (Dussel, 2007: 165); por lo que a partir del acuerdo Sykes-Picot que se delimitan los trazos limítrofes de los territorios actuales de los países que conforman la frontera horizontal del sur del Mediterráneo.
El Tratado Sykes-Picot lleva el nombre de los dos hombres que lo firmaron, ambos diplomáticos, uno británico y el otro francés respectivamente. Éste fue un tratado secreto entre Gran Bretaña y Francia que se resolvió en mayo de 1916, pero que en realidad nunca fungió como tal, lo cual resulta aún más absurdo porque de acuerdo a varios especialistas delimitó las fronteras geopolíticas de la región:
No fue un tratado. Tampoco fue un compromiso formalizado en un documento rubricado por las dos partes. Se trata meramente de dos notas dirigidas por el secretario de Asuntos Exteriores británico, Edward Grey, a su homólogo francés, Paul Cambon, y un mapa coloreado. Pero vale como acuerdo, que fue comunicado a los gobiernos de Italia, Rusia y Japón, y muchos historiadores lo consideran como un tratado con efectos vinculantes que alcanzan hasta hoy mismo y al que se atribuyen casi todos los males que sufre la región (Bassets, 2016).
Francia y Gran Bretaña acordaron dividirse lo que quedaba del territorio otomano pues querían asegurar estos territorios ricos en petróleo dadas las necesidades de recursos naturales, especialmente combustible, que necesitaban ambas potencias (basta mencionar como ejemplo que en 1914 la marina británica comenzó a usar petróleo en vez de carbón). Gran Bretaña, además, quería proteger sus intereses en el canal de Suez y asegurar la conexión entre el Mediterráneo y el Golfo Pérsico (a través de Basora) ya que era una ruta rápida para llegar a la India (Nafi, Basheer en Sykes-Picot: Lines in the Sand (Episode one), 2016).
Las fronteras que dividieron lo que antes había sido el imperio otomano se determinaron arbitrariamente por zonas de influencia y sin considerar a la población que vivía dentro de este territorio, como sucedió con los proyectos de ocupación del siglo XIX y XX (similar al caso de la frontera México-Estados Unidos o Israel-Palestina): “The arbitrary drawing of borders, in defiance of geography, ethnicity and common sense, became the hallmark of imperialism in the nineteenth and early twentieth centuries” (Mason, 2016).
La resolución final se plasmó en una mapa que mostraba el control absoluto de Francia y Gran Bretaña sobre ciertas áreas (área azul para Francia y área roja para Gran Bretaña) y una región interna dividida en área A (influencia francesa) y área B (influencia británica) en la cual los árabes tendrían cierta autonomía pero con la influencia de los respectivos países (Barr, James en Sykes-Picot: Lines in the Sand (Episode one), 2016; Foucher, 2016). Así, Francia se queda con los territorios que actualmente ocupan Siria y Libia, mientras que Gran Bretaña se queda con los territorios de Iraq, Palestina y Transjordania. Arabia Saudí, Irán y Turquía son los únicos tres países que logran escapar al colonialismo europeo.
No todos los teóricos contemporáneos coinciden con que el Sykes-Picot determinó el futuro de la región. Michel Foucher, por ejemplo, afirma que este tratado sólo representa 700 km de las actuales divisiones de la zona, que ascienden a cerca de 14,000 km (Foucher, 2016). Mientras otros analistas afirman que fue tal la influencia que incluso después de cien años sigue vigente en el imaginario colectivo de quienes ahora pretenden erradicar esas fronteras:
The borders that exist today — the ones the Islamic State claims to be erasing — actually emerged in 1920 and were modified over the following decades. They reflect not any one plan but a series of opportunistic proposals by competing strategists in Paris and London as well as local leaders in the Middle East. For whatever problems those schemes have caused, the alternative ideas for dividing up the region probably weren’t much better. Creating countries out of diverse territories is a violent, imperfect process. (Danforth, 2016)
El caso de Palestina fue distinto pues el acuerdo preveía que fuera territorio internacional, dando paso a su futura ocupación: “Sykes’ famous pencil-stroke through the Arab world, combined with his enthusiastic support of Balfour’s 1917 declaration in favour of a Jewish State in Palestine, makes him one of the few British figures who exerted strategic influence on the twentieth century” (Mason, 2016).
El acuerdo Sykes-Picot, marca un momento significativo en la relación de dependencia que existe hasta ahora entre el mundo árabe mediterráneo y la Unión Europea. Esto se hace evidente durante la Conferencia de Paz de Versalles (1919-1920), donde la representación árabe no es escuchada, lo que suscita distintas rupturas en varios niveles sociopolíticos en la zona que, a su vez, encaminan a estos países a formar parte de un capitalismo periférico y de relaciones asimétricas.
El segundo nivel de la delimitación de las fronteras territoriales se refiere a las guerras de liberación en el norte de África. Muchas de éstas se dieron una vez terminada la segunda guerra mundial, salvo Egipto, que se independiza de Inglaterra en 1932, puesto que los países europeos no podían seguir financiando sus colonias dado que tenían que reconstruirse. Una oportunidad que la población africana no dudo en aprovechar después de años de sujeción, explotación y violación constante de sus derechos humanos.
A raíz de estas guerras de liberación, se trazan dos formas de gobierno en los países del norte de África y Medio Oriente, vigentes hasta ahora: la monarquía y la república. Marruecos, junto con Bahrein, Jordania, Kuwait, Omán, Qatar, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos son monarquías. Mientras que Siria, Iraq, Irán, Turquía, Egipto, Líbano, Túnez y Argelia son repúblicas. Libia, por su parte, fue un reino una vez declarada su independencia (1951) y posterior al golpe de estado (1969) se conformó como estado; la historia reciente de este país es quizá de las más complejas y crudas de entender, sobre todo por la tardía ocupación italiana (1911-1943).
Es interesante conocer lo que cada uno de estos sistemas de gobierno significó para la conformación de los actuales regímenes y especialmente para entender los movimientos sociales recientes, incluso para ubicar las causas de la guerra civil siria. A grandes rasgos, en el caso de las repúblicas, denominadas socialistas, se le dio mucha importancia al papel del ejército, lo mismo que a las reformas de ingeniería social (aspectos educativos, agrarios, de gubernamentalidad) y, aprovechando el lugar estratégico de la zona durante la Guerra Fría, se activó la política exterior con las potencias, que años antes le había sido negada. Es decir, lo que esos sistemas de gobierno privilegiaron además del republicanismo, fueron el secularismo, el populismo y el nacionalismo (panarabismo). Por su parte, las monarquías, dada la riqueza petrolera, han privilegiado condiciones de (un supuesto) bienestar económico equitativo en la población, especialmente Arabia Saudita, aunado a que son regímenes basados en el patriarcado y en el tribalismo (lo que a su vez permite la multiplicación de centros de poder), una significativa forma de organización que presenta aspectos positivos y negativos para las sociedades (y que puede recuperarse para pensar las lógicas transformadoras):
Las estructuras de gobierno de las tribus pueden contribuir a impulsar la democratización cuando llenan un vacío de poder y apoyan la construcción gradual de las estructuras de gobierno democráticas. Pero la dificultan cuando reemplazan permanentemente a las instituciones formales y perpetúan el poder vigente a través de los arraigados sistemas de patronazgo (Liu, 2012).
El tercer nivel no corresponde propiamente a la delimitación territorial de las fronteras geopolítica, pero sí a la conformación de un bloque económico-político de Estados árabes que se crea de cara a las potencias occidentales para “acercar las relaciones entre los Estados miembros y coordinar la colaboración entre ellos para salvaguardar su independencia y soberanía y considerar de manera general los asuntos e intereses de los países árabes” (CRIN, 2016). Este bloque se conoce como la Liga de Estados Árabe, y se funda en El Cairo en 1945 por Egipto, Irak, Líbano, Arabia Saudí, Siria, Transjordania (Jordania desde 1950) y Yemen del Norte. Los países que se unieron más tarde fueron: Argelia, Baréin, Comoras, Yibuti, Kuwait, Libia, Mauritania, Marruecos, Omán, Catar, Somalia, Yemen del Sur, Sudán, Túnez y los Emiratos Árabes Unidos. Palestina también es miembro (CRIN, 2016).
Ahora bien, a los Estados miembro de la Liga Árabe le interesa tener como aliado a la Unión Europea para contrarrestar el avance del Estado Islámico (ISIS), para coadyuvar con la resolución de los conflictos internos de la zona (ejemplo: guerra civil siria) y para evitar posibles intervenciones de Estados Unidos en la zona. En este sentido, “la Liga Árabe es un actor regional que sirve a Europa como mediador en la relaciones con los países árabes después de la Primavera Árabe”. Además, a nivel político-económico, existe cierta cooperación en materia de seguridad (externalización de fronteras), aunado a la cooperación en materia energética (Chappell, Mawdsley, & Petrov, 2016).
Otros aspectos que ciertamente no comparten, es, por un lado, la defensa del territorio palestino de cara a la ocupación israelí, donde la Unión Europea ha hecho poco realmente para detener la avanzada del gobierno de Israel. Y, un tema nada menor, es la diferencia entre los sistemas de gobierno, mientras que en los países árabes prevalecen regímenes autoritarios, los Estados miembro de la Unión Europea se precian de tener regímenes democráticos, aunque estas diferencias no han sido un impedimento en las relaciones actuales, especialmente a raíz de la creación en 2003 de la Política Europea de Vecindad (PEV).
Además, los intereses de la región fronteriza con Europa involucran a otros actores como China, Rusia, Arabia Saudita y Turquía, por lo que las negociaciones políticas y económicas con la Liga Árabe permite a la Unión Europea preservar su influencia en la región, en concordancia con la PEV. Sin embargo, esta cercanía no ha coadyuvado en mucho a que los países del sur del Mediterráneo puedan realmente ser interdependientes y son varias las voces críticas que cuestionan el papel de la Unión Europea y su injerencia en las políticas locales:
Johansson-Nogués ha calificado de fracaso la política de la Unión Europea: «El fracaso de la Unión Europea como proveedora de normas y su incoherente o raquítica defensa de los valores del entorno ha implicado que la UE, como modelo social democrático y pluralista a emular, se haya visto más bien absolutamente socavada, como lo ha sido su poder de atracción» (Johansson-Nogués, 2006: 12). Las sociedades del sur del Mediterráneo han considerado durante demasiado tiempo el planteamiento de la Unión excesivamente eurocéntrico y connivente con sus propios gobiernos autoritarios como para tener la menor relevancia en la realidad social. (Solera, 2015: 243-244)
Una vez explicados los tres niveles de delimitación territorial de las fronteras entre los países del sur del Mediterráneo, y algunas características generales que hacen de la zona un potencial “aliado” de la Unión Europea, aunque con políticas de dependencia asimétricas considerables y ventajosas para algunos, a continuación mencionaré brevemente cada uno de los países que conforman lo que he denominado frontera horizontal del sur del Mediterráneo.
La geografía sí importa
Desde mi perspectiva, los países que conforman la frontera horizontal del sur del Mediterráneo son nueve: Líbano, Israel-Palestina, Egipto, Libia, Túnez, Argelia y Marruecos; mientras que Siria y Turquía, aunque no están sobre la línea paralela, sino cóncava de cara al mar, se deben considerar para entender las relaciones de los países que conforman Medio Oriente en tres niveles que importan para esta investigación dada su posición geográfica: el desplazamiento forzado de miles de refugiados a causa de la guerra civil Siria; la política de externalizar las fronteras del espacio Schengen a Turquía; la reterritorialización de la región y el desplazamiento de las capacidades del Estado, dada la aparición del llamado Estado Islámico de Levante (ISIS).
Como ya hice mención, Siria ocupa una posición perpendicular de cara a la frontera horizontal, y Turquía no forma parte de la frontera horizontal del sur del Mediterráneo, sus costas de hecho dan al norte del mar. Siria, evidentemente es uno de los países que esta investigación debe considerar para entender la guerra civil que dio inicio en 2011, y el posterior desplazamiento forzado de millones de personas en los años subsecuentes. Personas que fueron llegando a las costas europeas en calidad de refugiados, pero que no han logrado obtener ningún estatus legal que les permita quedarse en la Unión Europea y poco a poco han sido deportados a los campos de refugiados turcos.
Estudiar el contexto sirio no solo sirve para establecer las relaciones con Turquía e Irak, tanto por la importancia que tienen estos tres países en la región, como por su vecindad con Israel; sino también para entender el otro conflicto que azota a la región: la presencia del Estado Islámico de Irak y Levante (ISIS por sus siglas en inglés), también conocido como Daesh, acrónimo árabe de al Dawla al islamiya (El Estado Islámico). El fundamento ideológico de esta organización consiste en que: “Los islamistas creen que la meta última de los verdaderos creyentes es establecer un Estado regido por las leyes de la sharía islámica y gobernado por un califa, como en los primeros tiempos del islam, inmediatamente después de la muerte del profeta Mahoma, que tuvo lugar en 632” (Moubayed, 2016: 12).
Abu Bakar al Bagdadgi ha logrado que ISIS afiance “su control sobre territorio capturado, tras sobrevivir la campaña de bombardeos masivos encabezado por Estados Unidos desde septiembre de 2014 y por la aviación rusa desde septiembre de 2015”. El también “califa” de ISIS ha podido instaurar su propio gobierno, dotándolo de todos los atributos de un Estado: “un sistema judicial, una fuerza policial eficaz, un poderoso ejército, un servicio de inteligencia sofisticado, un himno nacional y una bandera, la enseña negra de al Qaeda. Y lo más importante: sus arcas están rebosantes de ingresos del petróleo, lo que le permite funcionar como un verdadero Estado” (Moubayed, 2016: 14-15).
Sin duda es indispensable entender la organización de ISIS para comprender la lógica geoestratégica de la región y replantear los vínculos que mantienen con la Unión Europea, Rusia y Estados Unidos, pero no ahondaré en ello, solo menciono que organizaciones de este tipo, con creciente influencia en Occidente, le dan forma a lo que he denominado el proceso autoinmune de las fronteras del Estado-nación (capítulo segundo) y, a su vez, contribuyen a desplazar las capacidades históricas de los estados en detrimento del Estado de Derecho, del Derecho Internacional y de los Derechos Humanos:
El ISIS ha asumido el control de territorios en Siria e Irak, luchando tanto contra los ejércitos sirio e iraquí, y ha desembarcado a grupos similares del movimiento yihadista. Su califa, Abu Bakr al Bagdagi, ha recibido muestras de apoyo de grupos mortíferos que actúan en puntos tan distantes como son Nigeria y Egipto […] El ISIS está extendiendo, además, su alcance hasta Europa, y espera restaurar el imperio islámico que otrora gobernó en España, intentando en el mismo corazón de París en noviembre de 2015 y en Bruselas en marzo de 2016. (Moubayed, 2016: 14-15)
Conflictos u organizaciones de este tipo han sido comunes en la región desde la caída del imperio otomano y de proyectos de ocupación europea, como el ya mencionado Tratado Sykes-Picot. Resultado de ello, de la ruptura que se dio en un contexto donde prevalecían relaciones amistosas (uso de dos lenguas, una administrativa y otra para la práctica religiosa, aunado al desarrollo de otras lenguas; autonomía de las comunidades religiosas; coexistencia de comunidades distintas gracias a una adecuada administración de justicia y educación), fueron la aparición de los nacionalismos:
En los territorios islámicos, los nacionalismos turco y árabe echaron raíces sobre todo durante los años que precedieron y sucedieron a la primera guerra mundial. El sharif Husayn de la Meca se alió con los británicos y logró abrir un frente interno a los otomanos. Los nacionalistas turcos promovieron la idea que los árabes en su conjunto habían traicionado al Imperio y por lo tanto a los turcos. (Conde, 2013: 49)
En este contexto, Turquía siempre ha sido una pieza clave en la geopolítica de Medio Oriente y, sin duda, es el país que se lleva los reflectores desde diciembre de 2015 a la fecha, gracias a su vínculo con la Unión Europea. El gobierno de Recep Tayyip Erdogan ha dado mucho de qué hablar en los últimos años, no solo es el responsable de ejecutar la política de externalizar las fronteras europeas, a cambio de una suma considerable de euros, sino también de visados para sus ciudadanos. En este sentido, el gobierno de Erdogan se hace cada vez más fuerte de frente a sus adversarios, una muestra de ello fue el fracaso del intento de golpe de Estado que ocurrió a mediados de julio de 2016.
Líbano, vecino de Israel y Siria, actualmente tiene la tasa per capita más alta de refugiados en el mundo, según ACNUR (24%, equivalente a 11 millones de personas), de los cuales la mayoría son palestinos y sirios, asentados principalmente en dos ciudades: Beirut y Bekaa (Varela, 2016). Esta situación se complejiza para el gobierno libanés en tres niveles: el económico, el social y el de seguridad. Sin embargo, hasta ahora la respuesta de la sociedad ha sido mucho más solidaria que lo que se ha visto en la Unión Europea, no solo por la tradición hospitalaria de la cultura árabe (un aspecto a destacar en las lógicas transformadoras), sino también por la cercanía con la tragedia palestina, especialmente la masacre de Chatila, ocurrida en 1982, que Jean Genet describe de la siguiente manera:
Israel se había comprometido ante el representante americano, Habib, a no poner los pies en Beirut Oeste y sobre todo a respetar las poblaciones palestinas de los campamentos de refugiados. Arafat tiene todavía la carta en la que Reagan le promete lo mismo. Habib habría prometido a Arafat la liberación de nueve mil presos en Israel. El jueves empiezan las matanzas de Chatila y Sabra. ¡El “baño de sangre” que Israel pretendía evitar aportando orden a los campamentos !”… me dice un escritor libanés.
“Será muy fácil para Israel librarse de todas las acusaciones. Ya los corresponsales de todos los periódicos europeos se ocupan de excusarlos: ninguno dirá que durante las noches del jueves al viernes y del viernes al sábado se hablaba hebreo en Chatila”. Esto me lo cuenta otro libanés. (Genet, 2001)
Una situación a considerar en la geopolítica internacional de la frontera horizontal del Mediterráneo, que no necesariamente define las fronteras contemporáneas de la región, pero sí los vínculos entre el gobierno de Israel y las potencias occidentales (Estados Unidos y Unión Europeo), derivada de la geolocalización estratégica que significa este territorio de cara a Rusia, se vincula con la relación que existe entre Israel, especialmente en la manifiesta defensa de Palestina, con sus vecinos (Egipto, Jordania, Líbano, Irak y Siria). Una relación complicada a partir de que se proyectó la ocupación del territorio palestino, en ámbitos internacionales, especialmente durante el protectorado británico (1922-1948) y después de la conformación del Estado Israel (1948):
Las contradicciones producidas por la partición de Palestina durante la primera mitad del siglo XX emergieron con toda su fuerza poco después de la segunda guerra mundial. La creación del Estado de Israel sobre cuatro quintas partes del territorio de Palestina, por no hablar del drama de los refugiados ni del poderío militar del nuevo Estado, había asestado un duro golpe a los también recientemente creados países árabes y a sus poblaciones. (Conde, 2013: 54-55)
Al terminar la segunda guerra mundial, la influencia de Estados Unidos en la región, contribuyó a que Turquía reconocieran muy pronto la existencia del Estado de Israel (1949), y a partir de ese momento se han gestado una serie de desavenencias entre la comunidad árabe, que antes ocupaba el territorio del Imperio otomano, especialmente durante la Guerra Fría, que dan cuenta de los diferentes conflictos multifactoriales que se perpetúan en la actualidad:
Aunque una variedad de motivos explica el ataque israelí de 1967 a Egipto y Siria, los líderes sionistas aprovecharon para ocupar territorios estratégicos desde el punto de vista de control del río Jordán e incluso de la llegada de su principal tributario, el Yarmouk. En octubre de 1973, Egipto y Siria lanzaron una ofensiva bélica que les permitió recuperar una pequeña parte de los territorios perdidos seis años antes […] Siria ha apoyado a diversas organizaciones palestinas (aunque no siempre a todas), así como a la resistencia libanesa a la ocupación israelí. Las acciones de apoyo turco a los israelíes han sido un motivo de escozor permanente para los sirios. (Conde, 2013: 68-69)
Asimismo, la cercanía política, cultural, económica es inminente (e inmanente) entre estos países de Oriente Próximo, no solo por cuestiones históricas, que nos pueden remontar a civilizaciones ancestrales, sino también por el lugar estratégico que ocuparon (y ocupan) en el eterno conflicto entre Rusia (URSS durante la Guerra Fría) y Estados Unidos. Un lugar que sin duda corrobora la afirmación de Doreen Massey cuando dice que la geografía importa para entender los procesos sociales. En el caso de la ocupación palestina, estos procesos geopolíticos son sin duda una factura histórica para la modernidad, en el sentido del desplazamiento de las capacidades históricas de los Estados:
Como para demostrar su capacidad de establecer vínculos cuando y como le conviene, Estados Unidos unió a Israel, los palestinos, Jordania, Siria y Egipto en una Conferencia de Paz para Oriente Próximo celebrada en Madrid el 30 de octubre de 1991 […] Hasta se invitó a participar a la prácticamente extinta Unión Soviética de Mijaíl Gorbachov como “copatrocinadora” al tiempo que se excluía completamente a las Naciones Unidas (por más que Estados Unidos utilizara cada día al Consejo de Seguridad para sus constantes intervenciones contra Irak), preparando el terreno para lo que se calificaba un avance histórico. (Said, 2014: 307)
Derivado del proyecto de ocupación por parte del gobierno israelí, el territorio palestino no solo ha ido disminuyendo considerablemente desde 1948, año en el que se funda el Estado de Israel, a la fecha (y no dudo que en unos años más Israel ocupe todo el territorio), sino que también su población ha sido invisibilizada por el crecimiento demográfico y el desarrollo urbanístico y arquitectónico impuesto en la región que esconde, por ejemplo, las vías terrestres que comunican Palestina con Israel, o derivado de una política de desprestigio de la comunidad palestina, desde antes de la ocupación israelí e incluso fuera de Medio Oriente:
Sin duda, hasta ahora y en lo que respecta a Occidente, Palestina ha sido el lugar donde una creciente población de judíos relativamente avanzada (por europea) ha realizado milagros de construcción y civilización, y ha librado con éxito brillantes guerras técnicas contra lo que siempre se había representado como una población estúpida y en esencia repelente de habitantes autóctonos árabes incivilizados. No cabe duda que la pugna en Palestina ha sido entre una cultura avanzada (y que avanza) y otra relativamente atrasada y más o menos tradicional. (Said, 2014: 58-59)
De frente a la Unión Europea, Israel es un aliado estratégico en la exportación de tecnologías de control. Israel es sin duda uno de los principales países que vende equipos de securitización fronteriza al resto del mundo, privilegiando la economía del terror, invirtiendo en innovación y desarrollo para crear diferentes mecanismos de seguridad, tecnologías de poder, que le ha permitido posicionarse como uno de los principales proveedores de la Unión Europea: “Gracias al acuerdo firmado en 1998, las empresas israelíes tienen el privilegio de ser las únicas no europeas que reciben fondos de investigación provenientes de la UE. Según el último informe del Transnational Institute, Stop Wapenhandel y el Centro Delàs de Estudios por la Paz, Guerras de frontera” (Saavedra Bajo, 2016).
Egipto, al igual que Siria, ha sido el vecino incómodo de Israel. Aunque en otros momentos también ha sido fuertemente criticado por sus homólogos en la Liga Árabe, especialmente cuando en 1979 firma un tratado de paz con Israel. En momentos, su cercanía con el bloque socialista (los no alineados) le ha favorecido para conseguir cierta autonomía y defensa de sus recursos naturales (el agua principalmente) de frente a la explotación europea, como sucedió cuando “el presidente Nasir nacionalizó el canal de Suez” en 1956. Esta medida permitió que el presidente egipcio ganara “el respeto y la admiración no solo del pueblo de su país, sino de todo el mundo árabe y de gran parte del tercer mundo” (Conde, 2013: 59).
Egipto, Túnez y Libia desde mediados del siglo pasado son países con una cultura migratoria significativa en la que intervienen varios factores: en primer lugar, puedo mencionar el desplazamiento forzado hacia estos países derivado de diferentes conflictos armados (incluyendo guerras de independencia, guerras civiles y las guerras del Golfo); posteriormente el auge de la migración económica, producto de las persistentes crisis económicas en Occidente que afectan al resto del mundo. África tampoco se salva de padecer las crisis de Occidente, especialmente los países con reservas petroleras (Libia y Argelia principalmente) y que, desde finales del siglo pasado, son los principales proveedores de mano de obra barata que necesita Europa para subsistir, por eso sorprende aún más la reacción de la Unión Europea de cara al éxodo sirio actual:
Hay una alta demanda de mano de obra migrante sin calificación, en especial en los sectores informales relativamente grandes de estos países, en particular de Italia. Esto hace que sea relativamente fácil encontrar trabajo, dada la demanda local de trabajadores de escasa capacitación y que acepten salarios bajos. España e Italia y, en menor grado, Grecia, países que antes fueron exportadores de mano de obra, han emergido como nuevos destinos de importancia para los migrantes marroquíes (a España e Italia), tunecinos (principalmente a Italia), argelinos (sobre todo a España) y egipcios (básicamente a Italia, pero también a Grecia) desde mediados de los años ochenta. (Hein de Haas, 2006:74)
A Túnez se le endosa el inicio de la Primavera Árabe, diversas manifestaciones sociales en los países árabes del norte de África que demandaban a sus gobernantes libertad y democracia. El resultado inmediato de estas movilizaciones fue la caída de las dictaduras de Ben Ali en Túnez y de Hosni Mubarak en Egipto. Sin embargo, después de estas movilizaciones sociales que le dieron un giro al sistema político en ambos países no ha sido posible “implantar reformas económicas ni administrativas de largo alcance. Los partidos políticos han prestado más atención a las luchas internas de poder y las negociaciones entre ellos que a desarrollar políticas que les permitieran aumentar las oportunidades económicas y acercar el Estado a sus ciudadanos” (Dworkin, 2016).
Libia, al ser país petrolero, en los últimos años ha experimentado una migración importante de subsaharianos y asiáticos, muchos de los cuales se quedan ahí, otros que intentan llegar a la Unión Europea. Y es, a su vez, el único país del norte africano que se negó a firmar los acuerdos con la Unión Europea que permiten el libre comercio, a cambio de establecer una zona de seguridad que evite la migración irregular a costas europeas, a pesar de su estrecha relación histórica con Italia, incluso durante la última década, especialmente cuando se firmó el Tratado de la Amistad que estuvo vigente del 2008 al 2011.
Argelia, derivado de factores sociales diversos, especialmente la guerra de liberación que duró ocho años (1954-1962), y de la cual Frantz Fanon fue un cronista indispensable, o de la guerra civil de la última década del siglo pasado, no ha podido encontrar cierta estabilidad política y social. Aunque se ha convertido en un aliado estratégico de la Unión Europea para contener no solo los levantamientos armados de la zona sino también la migración subsahariana que intenta llegar a costas europeas.
La cada vez menor presencia de su presidente Abdelaziz Buteflika, quien está en el poder desde 1999 (y las próximas elecciones son en 2019), y se encuentra delicado de salud, ha provocado que Argelia se encuentre en un impasse político con respecto a su economía interna. De cara a Marruecos, el país presenta un bloqueo comercial desde 1994. Momento en que se instaló una línea fronteriza de 1,559 kilómetros que divide los dos grandes países del Magreb que no solo comparten lenguas, costumbres, tradiciones, sino familias enteras.
Marruecos, sin duda es otro de los países clave en la región, no solo por la cercanía con España, y la historia migratoria de las últimas décadas, sino también porque es de los pocos países que todavía comparte frontera con enclaves españoles (Ceuta y Melilla). Esta situación obviamente hace que el contexto fronterizo marroquí, de cara a la Unión Europea, tenga características similares a las que revisé en el capítulo anterior, dado que, al igual que Turquía, es el país que se encarga de la política de externalizar las fronteras del espacio Schengen:
The year 1986 is unquestionably a major turning point in the history of the Spanish Moroccan border. The (EU)ropeanization of the border in 1986 was followed by its “Schengenization’’ in 1991. The next notable point occurs in 1995, when the fencing of the enclave’s perimeters started, and when, concurrently and paradoxically, the paving of a path towards Euro-Mediterranean commercial liberalization, and hence a process of economic debordering, began. (Ferrer-Gallardo, 2008)
Ejemplos de las realidades fronterizas en el sur del Mediterráneo
Lo único cierto con esta investigación, y por eso la intención de escribir este libro, ha sido que el objeto de estudio se ha presentado ante mis ojos, lo cual me da la certeza de que la ruta trazada ha sido la correcta; es decir, cuando definí las zonas de convivencia fronteriza que me interesaba estudiar –el objetivo de mi investigación a largo plazo consiste en poder analizar por lo menos una de cada continente–, las fronteras entre Marruecos y España estaban descartadas, había decidido no estudiarlas, un tanto por ignorancia, desconocimiento de la zona, otro tanto porque pensaba que estaban lo suficientemente analizadas. Sin embargo, la primera vez que estuve en Nador (Marruecos), por invitación de mis colegas del grupo de investigación en Barcelona, el Gedime, fue reveladora en varios niveles y especialmente porque también ahí pude corroborar las categorías que he desarrollado como parte del modelo epistemológico de la frontera; es decir, en la zona de convivencia fronteriza Nador-Melilla pude advertir elementos de las fronteras subjetivas, de las fronteras sociohistóricas, de las fronteras de la securitización y de la frontera glocal, (lo mismo que observé meses después, durante mi vista a Palestina-Israel).
Nador es una ciudad fronteriza (y también es el nombre de la región en la que Melilla fue la capital del protectorado español hasta la independencia de Marruecos en 1956) como otras tantas que he visitado en estos años, y que cumple con la diégesis teorética arriba expuesta (frontera geopolítica producto del proyecto expansionista español donde conviven varias lenguas, culturas y religiones, y fuertemente securitizada en los últimos años mediante mallas de alambre). Esta zona de convivencia fronteriza pertenece a la región rifeña que, a su vez, colinda con Argelia. Otra frontera que tampoco me interesaba conocer pero que no se puede obviar cuando se estudia la zona, especialmente porque es de las pocas fronteras en el mundo donde no solo está cerrada a la movilidad humana, sino también al flujo de productos: “A 180 kilómetros de Almería empieza la más larga frontera del mundo casi herméticamente cerrada desde 1994. Entre las dos Coreas, teóricamente en guerra, circulan ahora trenes de mercancías y solo otras dos fronteras -las que separan a Armenia de Turquía y Azerbaiyán- son tan infranqueables como la que divide a Marruecos de Argelia” (Cembrero, 2008).
Obviamente esta supuesta impenetrabilidad de la frontera entre Marruecos y Argelia no impide el contrabando de productos, especialmente de gasolina. A diferencia de lo que se observa en México, por ejemplo, donde se “ordeñan” los ductos de gasolina, para venderlos en el mercado negro, el tráfico de gasolina de Argelia a Marruecos se hace con burros que llevan un aparato auricular en las orejas que reproduce la orden “arre, arre, arre”. Y sobre la carretera que lleva a Oujda o Berkane, desde Nador, es posible comprar los bidones de gasolina.
Aunado a lo anterior, con la schengenización del sur del Mediterráneo, y al ser Melilla y Ceuta enclaves españoles, aunque estén en otro continente, participan en el esquema de “libre circulación” y “mercado único” de los Estados miembro. En este sentido, a partir de 1995 se promueve el comercio euromediterráneo, al tiempo que se securitizan las fronteras exteriores derivado de un aumento considerable del tráfico de productos ilegales, pero sobre todo para detener el flujo de personas, especialmente aquéllos que se denominan migrantes económico irregulares:
The reconfigured Spanish–Moroccan border regime, as is the case of the general EU external border landscape, is becoming increasingly selective. In this scenario, although entrenched in the same logic, the peculiar border regimes of Ceuta and Melilla emphasize this selective profile. That is, they seem to be giving rise to more intense patterns of border selectivity. Since the economic sustainability of the enclaves depends on their interaction with their hinterlands, cross-border flows of people from the surrounding Moroccan provinces of Tetouan and Nador (excluding those who do not have documents indicating residence there) are permitted. These flows are allowed under the legal framework of an exception to the Schengen Agreements. The deployment of this exceptional judicial umbrella implies that, on a daily basis, Ceuta and Melilla import labor force and consumers from Morocco. The barrier effect of the African Schengen borders is thus selectively lowered for (some) people, which implies that the two (EU)ro-African cities benefit from a regulated cross-border flow of people (and people transporting goods), sourced in the massive economic asymmetries between the two sides of the border. (Ferrer, 2008: 309-310)
Ceuta se ubica en la región de Tanger-Tetuán, y colinda con el Estrecho de Gibraltar, lo que la hace una zona de convivencia fronteriza compleja y particular en varios niveles, especialmente por las dinámicas de convivencia entre tres países (España, Reino Unido y Marruecos) referente a la schengenización del espacio, la externalización de las fronteras y, desde luego, la importancia geopolítica de la región en la frontera horizontal del Mediterráneo. Con el Brexit, volvieron a resurgir los clamores de la pertenencia del Estrecho de Gibraltar, una situación no menor, porque a su vez ha permeado la existencia de esta zona fronteriza incluso cuando Ceuta era protectorado español:
The triangular geopolitical discussion between Spain, Morocco, and the UK regarding the sovereignty of Ceuta, Melilla, and Gibraltar […] provides the Spanish-Moroccan border with some classical geopolitical content. Together with the influence of the complex intertwining of territorial claims across the Strait of Gibraltar, the echoes of the Spanish colonial presence in Morocco (1912-1956) are also geopolitically relevant and need to be taken into consideration. (Ferrer, 2008: 307)
Melilla presenta otros rasgos de ciudad fronteriza. Por ejemplo, la arquitectura de Melilla fue modificada de forma significativa, se contrató a un arquitecto barcelonés para que le diera una imagen que se diferenciara del mundo árabe. Una imagen moderna y modernizadora que por un lado contrasta con la ciudad amurallada (resultado de una ocupación militar de casi cuatro siglos), y, por otro, con la arquitectura fronteriza y de tercer mundo de Nador.
Por su parte, Nador es una ciudad que está en crecimiento, especialmente una vez que se construye el puerto Beni Enzar que compite con el de Melilla y hace más independiente a Marruecos de España a nivel comercial, aunque es una ciudad clave para la externalización de las fronteras europeas.
Melilla fue un punto estratégico durante la Guerra civil Española en dos niveles: primero en lo económico, gracias a las minas de hierro que había en Nador, en la época del protectorado español hasta 1956 (y todavía es posible advertir su presencia); segundo, porque desde ahí salieron un número importante de soldados marroquíes a quienes les prometieron la ciudadanía una vez que la guerra terminara, situación que no necesariamente se cumplió en todos los casos, como ha sucedido recurrentemente con la población mexicana en Estados Unidos.
En ambas zonas de convivencia fronteriza se observan diferentes dinámicas de contrabando derivado de la schengenización del espacio. Muchas de ellas provocadas por las mismas políticas de securitización del gobierno español. Un ejemplo simbólico y lamentable corresponde a las imágenes que observamos en la prensa cada tanto de las “porteadoras” o “mujeres-mula”. Estas mujeres se encargan de cruzar productos a Marruecos gracias a un régimen de excepción que les permite acceder a Ceuta o Melilla sin necesidad de visado con la condición de cruzar solamente en el día y sin pasar la noche en la ciudad:
A las 9:00 abre el puesto fronterizo melillense del Barrio Chino, la porteadora muestra el pasaporte y camina hacia una explanada en la que varias furgonetas dejaron temprano en el suelo los bultos preparados para la carga. Amarra con cuerdas el paquete sobre su espalda y anda en sentido contrario más de 200 metros, sorteando la multitud que se amontona en el estrecho lugar, para entregar pronto la carga en el lado marroquí y volver a hacer más portes, entre tres y cuatro al día antes del cierre del paso a la 13:00 horas. Las mercancías se almacenan en el polígono de El Tarajal. Las mujeres cobran cuando entregan el fardo en el lado marroquí, donde hay hombres con carretillas o vehículos esperando para transportarlo. La cuantía depende de los kilos que carguen. […]
Calcetines, calzoncillos, pañales. Mantas y zapatillas de segunda mano. Zumos, galletas, arroz y chucherías de todo tipo. También neumáticos usados y chatarra. En los fardos de las porteadoras cabe cualquier cosa. Pero en los últimos años gana el textil con origen en China y parada en el polígono Cobo Calleja, en Fuenlabrada (Madrid). A esta actividad los melillenses y ceutíes la llaman “comercio atípico” y los marroquíes lo viven como contrabando tolerado (Partido SAIN, 2015).
Los casos dramáticos y simbólicos de la deshumanización en las fronteras, producto de la política exterior europea, y que también observamos a diario en la prensa, son diversos. Nos hemos acostumbrado a ver las imágenes de las parteras llenas de migrantes o refugiados que cruzan el Mediterráneo, algunas con poco éxito; o las imágenes de los cuerpos inertes en las playas de ambos lados del mismo mar; o a los migrantes subsaharianos trepados en la malla de seis metros que limita con un campo de golf; o migrantes abandonados en zonas de limbo administrativo como se observa en Calais o el Monte Gurugú. Y así puedo seguir enunciando la tragedia humana de la migración que se topa a diario con las fronteras de la securitización.
Todas estas imágenes que observamos también son producto de la violencia institucionalizada. En el capítulo anterior me referí a la participación de Frontex, y de algunas organizaciones de la sociedad civil, que hacen el trabajo sucio, como deportar en caliente y masivamente a los migrantes y refugiados, pero también existen otros casos perpetrados por las fuerzas públicas de seguridad, como los asesinatos en Tarajal ocurridos en 2014, donde la policía local disparó balas de gomas a cerca de 200 migrantes subsaharianos que llevaban horas flotando en el mar, y donde murieron ahogados 15 personas (y solo 12 cadáveres recuperados).
La narración de esta tragedia es lamentable en muchos sentidos (por ello me tomo la libertad de citarla ampliamente pues coincide con el análisis que estoy elaborando desde la diégesis teorética), especialmente por la ausencia de una política binacional migratoria, por la ausencia de facultades y de delimitación de las fronteras, así como por la ausencia de protocolos de prevención y seguridad humana, especialmente en la fronteras marítimas:
05.45. Las cámaras térmicas de la frontera permiten avistar la llegada de unos 200 inmigrantes acercándose al perímetro fronterizo desde los motes próximos al vallado.
07.30. El grupo sigue sin ser interceptado, por lo que se despliega una unidad de la Guardia Civil (el módulo de intervención rápida) especializada en “control de masas e impermeabilización de la frontera”.
07.35. Los inmigrantes llegan a la carrera a la zona de obra próxima a la aduana de El Tarajal. Algunos de ellos portan “objetos para utilizar supuestamente como salvavidas”. La Guardia Civil se desplaza a esa zona y también a la playa colindante. “El grupo de inmigrantes mostraba una inusitada actitud violenta, agrediendo continuamente con palos y piedras al personal del Ejército marroquí que trataba de contenerlos”, dice Interior [Ministro del Interior, Jorge Fernández Días].
07.38. Los subsaharianos llegan a la playa, donde se topan “con un nutrido grupo de militares marroquíes” que impidieron su entrada al interior de la aduana y mantuvo al grupo de inmigrantes “en la zona de la playa”.
07.40. Los inmigrantes, “muchos de los cuales presentaban signos de agotamiento físico por el intento de intrusión, corrieron hacia el espigón que separa las partes española y marroquí de la playa de El Tarajal”.
El relato del ministro deja de tener horas a partir de ahora y detalla qué hizo la Guardia Civil, se supone que a partir de las 7.40, que es cuando comienzan a entrar en el agua los inmigrantes:
Los disparos al agua: “La Guardia Civil delimitó un área con medios antidisturbios y, para frenar su avance, se lanzaron medios para delimitar la traza fronteriza en el mar. La orden, como en otras ocasiones, fue que siempre hubiese varios metros entre el lugar de impacto en el agua y los propios inmigrantes. Todos los lanzamientos se hicieron desde tierra, con una distancia superior a 25 metros, y la zona de impacto siempre correspondió a aguas españolas, lejos de donde se encontraban los inmigrantes”. El ministro aclaró que se dispararon “cartuchos de proyección, que son de fogueo, que solo hacen ruido” y “pelotas de goma”.
“En ningún momento el objetivo del uso de los medios en la mar fue alcanzar a ninguno de los inmigrantes, sino hacer visible una barrera disuasoria”.
La vuelta atrás: “Se consiguió que desistieran del intento la mayor parte de los inmigrantes, sin que ninguno de ellos hubiera sido alcanzado por medios de la Guardia Civil, lo que en ningún caso era su objetivo”.
Los que llegaron: “Un grupo de 23 inmigrantes consiguió acercarse a menos de 25 metros de esa barrera, momento en que “se dio la orden tajante e inmediata de cesar el lanzamiento de medios para no poner en ningún caso en peligro la integridad de inmigrantes”.
“De forma inmediata fueron rechazados y se hicieron cargo de ellos las Fuerzas marroquíes de las que habían escapado y que los estaban reclamando”.
El final. La Guardia Civil cifra en 14 los fallecidos en el incidente, pero solo se han recuperado 11 cadáveres, dos en aguas españolas y el resto en Marruecos. No hay cifras oficiales. El resto de inmigrantes no logró entrar en España. (narración del Ministro del Interior, Jorge Fernández Días citada en Rodríguez Arroyo, 2014)
Lo más lamentable de esta situación es que después de hacer las averiguaciones no se fincaron responsabilidades contra ninguno de los integrantes de la Guardia Civil que participaron en el evento y, posteriormente, la juez que llevaba el caso decidió archivarlo. Una situación recurrente que demuestra la violencia institucionalizada a la que se enfrentan quienes deciden hacer valer su derecho de la movilidad humana.
Desafortunadamente, con las actuales políticas de extranjería estamos muy lejos de modificar la actuación de los gobiernos no solo en función de las desapariciones forzadas, también en función del desplazamiento humano y de la movilidad humana. Lo que se observa en las fronteras sin duda es solo la punta del iceberg de lo que oculta el fenómeno migratorio, de ahí mi renuencia a pensar demagógicamente que la solución a todos los problemas vigentes en la frontera horizontal del Mediterráneo sea únicamente la apertura de las fronteras del espacio Schengen. Ese discurso, desde mi perspectiva, solo desvía la atención de lo realmente importante que es un cambio radical en la economía política neoliberal.
Avances de una frontera glocal
Una vez delimitada la frontera horizontal del sur del Mediterráneo, mediante la descripción sintética de los nueve países africanos que la conforman, y enunciados los ejemplos de las realidades fronterizas, es que podemos advertir la compleja y delicada situación que se vive en la región. Una región geopolíticamente estratégica desde la caída del Imperio otomano a la fecha y donde a pesar de un esfuerzo decolonizador de sus propios habitantes sigue siendo un campo fértil de corrupción, violencia, explotación y de constantes conflictos armados cuya genealogía, en algunos casos, se reduce a la esclavitud como resultado de la biopolítica eurocéntrica, o lo que en palabras de Achille Mbembe se traduce en necropolítica:
Todo relato histórico sobre la emergencia del terror moderno debe tener en cuenta la esclavitud, que puede considerarse como una de las primeras manifestaciones de la experimentación biopolítica. En ciertos aspectos, la propia estructura del sistema de plantación y sus consecuencias traducen la figura emblemática y paradójica del estado de excepción. Una figura aquí paradójica por dos razones: en primer lugar, en el contexto de la plantación, la humanidad del esclavo aparece como la sombra personificada. La condición del esclavo es, por tanto, el resultado de una triple perdida: perdida de un “hogar”, perdida de los derechos sobre su cuerpo, y perdida de su estatus político. Esta triple perdida equivale a una dominación absoluta, a una alineación desde el nacimiento y a una muerte social (que es una expulsión fuera de la humanidad). (Mbembe, 2011: 31-32)
Previo a Mbmbe, Fanon ya había enunciado en diferentes textos, desde otra perspectiva, otro de los factores que potencializa la esclavitud moderna: el racismo. No solo Europa es racista, casi todas las sociedades del tercer mundo también lo son dado que “el racismo colonial no difiere de los otros racismos” (Fanon, 1973: 73). En este sentido, ninguna lógica transformadora puede obtener el resultado deseado, la utopía si se quiere pensar en un sentido distinto, sin antes regresar a lo básico: la relación de cada sociedad con sus propias alteridades. Para ello, siguiendo a Dussel, “es necesario desarrollar un discurso creador propiamente filosófico, que no sea comentario ni de la tradición ancestral ni de la europea” (Dussel, 2016: 97). Un discurso que de voz a quienes se les ha negado.
Mucho se ha escrito sobre la alteridad, la otredad, la identidad en tercer mundo, no solo desde la teoría poscolonial, decolonial, feminista, también desde la filosofía de la cultura y otras tantas disciplinas. Pero con poco éxito se han abordado las causas y lo que ahora observamos son las políticas represoras que intentan evitar a cualquier precio la tan aclamada decadencia europea. Decadencia que lleva años impulsando un cambio inverso en nuestras sociedades, las de quienes fuimos y seguimos siendo colonias. Un cambio adverso al devenir de ese proyecto incompleto que muchos pensadores defendieron a capa y espada, pero que con poco éxito han logrado mantener a flote: la modernidad y su economía política.
Como lo comenté al principio de este capítulo, lo que me interesa es avanzar hacia propuestas epistémicas locales que repercutan en lo global, pensando lo global como la interrelación entre culturas, sociedades y personas que transgreden la economía política (la mundialización), y donde la explotación de muchos no sea la condición per se para la sobrevivencia de unos pocos. Es necesario parar la maquinaria de la modernización y de la esclavitud contemporánea. Tercer mundo (la mayoría de la población en condiciones de precariedad y extrema pobreza) no puede seguir manteniendo al primer mundo (un puñado de ricos).
Para lanzar esta apuesta, no solo debemos recuperar el planteamiento de un puñado de pensadores contemporáneos que se basa en el reconocimiento del otro, de la otra, de los otros, en distintos niveles, no solo el subjetivo, también el material, el corporal, incluso el textual, pienso en Balibar, Butler, Fraser, Benhabib, Derrida, de Sousa, entre otros más que no han sido mencionados en este texto pero que son indispensables para desarrollar las epistemologías del sur y elaborar las categorías analíticas, las políticas públicas, desde el pluralismo jurídico. Por ello es necesario interpretar las narrativas de las que nos valemos para problematizar nuestras realidades y ahondar en nuestras propias lógicas de transformación; así como para desentrañar las narrativas de las ausencias y de los ausentes en las narrativas occidentales como afirma de Sousa:
Las epistemologías del sur son un proyecto para valorar y validar los conocimientos nacidos de la lucha de grupos sociales que han sufrido sistemáticamente las injusticias, las discriminaciones, las exclusiones del capitalismo, el colonialismo y el patriarcado. Normalmente, nuestros conocimientos, los valorados, por ejemplo, por las universidades, son los de los vencedores. Nuestra historia, la que se cuenta en las escuelas, es la contada por los vencedores. Los vencidos nunca contaron la historia. Las epistemologías del sur pretenden demostrar que la comprensión del mundo es mucho más amplia que la occidental y que el pensamiento occidental produjo una línea abismal que dividió las sociedades entre metropolitanas, las visibles, y las coloniales, las que no cuentan, las invisibles. Esto llevó a que se produjera todo un vastísimo campo de ausencias. Talcott Parsons, un grandísimo teórico, escribe una historia y una teoría general de la sociedad americana sin casi mencionar la esclavitud, cuando ésta fue absolutamente estructural en la formación de los Estados Unidos. Lo ausente existe. Simplemente es producido como ausencia. (de Sousa en Andrades & Marín, 2016)
Estas ausencias las pude encarar durante mi segunda visita a Nador, después de haber estado en Israel, y también pude comparar dos zonas de convivencia fronteriza en lo que he denominado la frontera horizontal del sur del Mediterráneo. Nador e Israel son zonas en perenne conflicto, de cuyas innumerables causas solo he mencionado algunas y también son zonas en donde se entretejen los aspectos más sofisticados de culturas milenarias con lo más absurdo de las luchas ideológicas contemporáneas. En estas sociedades azotadas por guerras, donde la reterritorialización y el desplazamiento de las capacidades del Estado modifican las lógicas de convivencia, y las relaciones espaciales, particularmente donde “la soberanía significa ocupación, y la ocupación significa relegar a los colonizados a una tercera zona, entre el estatus del sujeto y el del objeto” (Mbembe, 2011: 43), es indispensable considerar que las “divisiones, diferencias y diferendos no constituye forzosamente un acto de guerra” para evitar así “las corrientes que empujan hacia el fanatismo” (Borradori, 2003: 166-167).
Desde mi perspectiva, e incluso cuando creo que las fronteras no deben existir a nivel jurisdiccional, debemos incidir en el desplazamiento de las capacidades del Estado para beneficio de nuestras propias comunidades, por ello considero que el problema de fondo no se está atacando. En todo caso, lo que se observa es una perversión del problema que solo favorece al sistema neoliberal; es decir, la mediatización del desplazamiento forzado, producto de las movilizaciones sociales en Medio Oriente y África, se está tratando en dos niveles que no contribuyen a proponer una solución a nivel local. Estos dos niveles son, por un lado, exigir que se erradiquen las fronteras, una demagogia a todas luces; por otro, la proliferación del miedo en nombre de “las guerras contra el terrorismo”.
La pregunta obligada sería en todo caso, por dónde empezar a proponer salidas a gobiernos corruptos, a sociedades amenazas por la violencia, a la explotación constante, a guerras civiles, a desplazamientos forzados, al abandono del Estado Derecho. ¿En dónde empezamos la narración?, ¿en lo que nos constituye como tercer mundo o en la enunciación de nuestras propias fortalezas?
Se me ocurre recuperar estas narrativas desde el epistemicidio en el tercer mundo y en el sentido de los filósofos de la liberación (específicamente Enrique Dussel), desde la teoría decolonial, y específicamente desde los estudios fronterizos. Sin embargo, he de reconocer que tengo dudas con algunos planteamientos de ciertos teóricos poscoloniales que aluden al “pensamiento fronterizo” entendido como “ser epistemológicamente desobediente”, desde mi perspectiva es necesario deconstruir la tradición filosófica, y conformar nuestras propias epistemologías desde nuestras propias realidades y contextos, como afirma de Sousa:
Como una epistemología postabismal, la ecología de saberes, mientras fuerza la credibilidad para un conocimiento no científico, no implica desacreditar el conocimiento científico. Simplemente implica su uso contrahegemónico. Ese unos consiste, por un lado, en explorar la pluralidad interna de la ciencia, esto es, prácticas científicas alternativas que han sido hechas visibles por epistemologías feministas y poscoloniales, y, por otro, en promover la interacción e interdependencia entre conocimientos científicos y no científicos. (de Sousa, 2014: 44)
Esto incluye dejar de pensar en los universales como cajón de sastre, apuesta epistémica que paradójicamente ha estado presente en muchos de los teóricos europeos del siglo XX, como Foucault, quien afirma que “en vez de partir de los universales para deducir de ellos unos fenómenos concretos, o en lugar de partir de esos universales como clave de inteligibilidad obligatoria para una serie de prácticas concretas, me gustaría comenzar por estas últimas y, de algún modo, pasar los universales por la clave de esas prácticas” (Foucault, 2012: 15); es decir, realizar un ejercicio inverso donde se redefinan los modelos de sociedad para las zonas de convivencia fronteriza que incidan en el devenir de las sociedades del tercer mundo.
Evidentemente los elementos político-administrativos, socio-culturales, histórico-geográficos, religiosos, hacen complicado establecer un modelo de sociedad en la frontera horizontal del sur del Mediterráneo, incluso cuando los países que la conforman comparten la cultura árabe, por lo menos un modelo como los que existen en occidente. De ahí la importancia de pensar las economías africanas y de oriente no solo en función de lo que representan en el intercambio comercial con la Unión Europea, sino también para replantear los modelos de sociedad que se han querido imponer en estas sociedades que, sin lugar a dudas, están resistiendo, en muchos casos la propia eurodominación cultural y racista, incluso fuera de sus fronteras.
Un caso lamentable, sin duda, que ha dado la vuelta al mundo ha sido la prohibición del famoso “burkini” en las playas francesas (verano 2016). Los argumentos en favor y en contra son meramente convenciones occidentales de lo que la mujer debe o no usar. No es la primera vez que Francia interfiere con las decisiones de las mujeres musulmanas, anteriormente ya lo había hecho prohibiendo el uso del pañuelo (hiyab) en edificios públicos. En este sentido, lo que denomino modelo de sociedad, un modelo conceptual y un modelo político entendido como una estrategia posible de configuración de comunidades locales alrededor de las fronteras, especialmente en zonas de convivencia fronteriza, sin duda tiene su origen en los planteamientos occidentales de interculturalidad, multiculturalidad, pluriculturalidad y cosmopolitismo. Sin embargo, dada la fuerte cohesión cultural que existe en el mundo árabe en general, considero que se debe pensar en otros modelo de sociedad, pues dudo que alguno de los anteriores sirvan para esta región.
Sin duda el hecho de pensar en modelos de sociedad ad hoc a la frontera horizontal del sur del Mediterráneo es una tarea titánica en varios niveles de conformación sociocultural, geográfica, económica y política, que de momento no forma parte de esta investigación. Sin embargo, algunas consideraciones que se deben tener presentes cuando se bosquejen estas configuraciones de comunidades interdependientes por siglos, se vinculan, como lo he mencionado, con sus forma de organización social: el tribalismo, que en muchos casos va de la mano del nomadismo todavía presente en algunos países, pienso especialmente en los beduinos; y la conformación de ciudades-refugio que se establecen por necesidad y vecindad, cuyas condiciones de precariedad son abrumadoras y en donde los refugiados mantienen la esperanza de volver algún día a su lugar de origen, pienso en los palestinos asentados en Líbano o los sirios asentados en Turquía.
Lo que me queda claro es que urge descentralizar ciertas políticas condicionadas al financiamiento europeo, una de ellas sin duda es la externalización de las fronteras a países terceros (Turquía y Marruecos, especialmente); así como otras propuestas que emanan del norte del Mediterráneo, particularmente una que me parece completamente eurocentríca y que se denomina la “ciudadanía mediterránea”:
Por ello, el Mediterráneo podría volver a convertirse en la cuna de un nuevo Renacimiento si se dieran las condiciones para un proyecto de ciudadanía transnacional. Ello implica una iniciativa política compartida que agrupe las diversas experiencias de resistencia, protesta y alternativas populares, llevadas a cabo sobre todo por jóvenes, y construya una plataforma mediterránea para un nuevo contrato social, que tan urgente resulta en tiempos de profunda crisis tanto en Europa como en el Mediterráneo. Un contrato social que reescriba los fundamentos de las relaciones entre instituciones y ciudadanos, donde las comunidades puedan gobernar la transformación de su territorio e influir en la asignación de recursos económicos y sociales cuestionando la centralización del capital y los recursos en manos de unos cuantos y reformando las reglas de participación y representación democrática. (Solera, 2015: 253)
Desde mi perspectiva, y en función del modelo epistemológico de la frontera que propongo, los aspectos a abordar con urgencia en casi todas las sociedades, especialmente las que comparten frontera, tienen que ver con el desarrollo de modelos de sociedad, de ahí la importancia de pensar en las fronteras subjetivas, en las fronteras socio-históricas y no en las fronteras de la securitización como lo hacen desde hace varios años la Unión Europea, Estados Unidos y Australia. Si bien es cierto que los epistemicidios han fracturado considerablemente las relaciones sociales y tribales en la región, la propuesta entonces es pensar en una frontera glocal que sirva de mediadora entre las pretensiones globales y las necesidades locales desde los ámbitos de economía política, derecho internacional, derechos humanos, medio ambiente y movilidad humana, y que respete las diferencias culturales existentes entre comunidades en los distintos niveles ontológicos de las poblaciones involucradas.
Rodríguez, Roxana. (2016) Cartografía de las fronteras. Diario de campo, disponible en academia.edu o Amazon.