Lo poco que sé de Palestina
Y porqué debería importarnos que Jerusalén no sea la capital de Israel
Recibí con sorpresa y enojo el reconocimiento que hace Trump, como presidente de Estados Unidos, a la ciudad de Jerusalén como capital de Israel mediante un acto simbólico de cambiar la embajada de su país, ubicada en Tel Aviv, a Jerusalén. Un cambio que no será inmediato, durará quizá un par de años, pero tan solo el gesto diplomático es una provocación innecesaria en Medio Oriente y una contradicción de los gobiernos mal denominados democráticos, me refiero evidentemente a Israel y a Estados Unidos.
Lo recibí con sorpresa porque subestimé a Trump, debo reconocerlo. Lo que me pareció “natural” dadas las malas relaciones que han existido con nuestro gobierno (México) y que en todo caso era una apuesta de campaña que no tenía pies ni cabeza por lo costoso e inútil que es poner muro a lo largo de 3100 km aproximadamente, la frontera administrativa entre nuestros países, lo que sucedió con Jerusalén me parece desproporcionado. Si bien es cierto que poco después de ocupar la presidencia Trump ya había anunciado su interés por establecer conversaciones de paz entre los dos estados (Palestina e Israel), resulta que no era tan evidente ni inmediato dada su visita a Arabia Saudita (también en 2017) y especialmente al estar “compitiendo” con Corea del Norte por el armamento nuclear. Con enojo porque evidentemente siento una empatía con el pueblo palestino no solo porque corresponde a una de las zonas de convivencia fronteriza que he estudiado, sino porque es un territorio que ha sobrevivido a la ocupación voraz, mercenaria y capitalista de Israel y sus aliados. Esta ocupación, junto con algunas otras en Africa, es una muestra de las peores situaciones de exterminio de un pueblo, su cultura y su gente en el siglo XX. El conflicto palestino-isrelí es de lo más complicado y de difícil solución porque toca aristas muy sutiles como lo intentaré explicar a continuación con algunos fragmentos de mis diarios de campo escritos el año pasado durante una corta estancia en la zona.
Palestina, su historia, su contexto, su vigencia*
El Imperio otomano inicia en el siglo XIV, y su declive se señala una vez terminada la primera guerra mundial (1922), aunque su decadencia se debe, en gran medida, a tres aspectos: los movimientos nacionalistas de los países del sur y este de Europa (Serbia y Grecia, principalmente), ocurridos durante las primeras décadas del siglo XIX; la ocupación colonial de Francia en Argelia (1830), Túnez (1883), y de Inglaterra en Egipto (1882); y el endeudamiento del Imperio con Rusia en 1877, una de las causas de la guerra Ruso-Turca (1877-1878) que precipitó su caída (Rivas Moreno, 2015).
El extenso territorio del Imperio abarcaba tres zonas vastísimas en tres continentes:
El nuevo Imperio otomano ocupará el lugar del Imperio bizantino, también borrado de la historia de manera irreversible. En 1590 (el período de máximo esplendor, en el momento de la muerte de Murat III) el Imperio llegaba desde Anatolia, Siria e Iraq hasta Irán por el este, desde Egipto a Marruecos por el occidente, desde Grecia hasta Buda —más allá de Belgrado— por el noroeste, desde Armenia hasta el mar Caspio por el noreste. (Dussel, 2007: 166)
Este territorio circunscribe el mar Mediterráneo, “el Imperio otomano tiene la mayor importancia. Se trata del muro que impide el contacto de la Europa latino-germánica con el centro geopolítico y comercial del antiguo sistema” (Dussel, 2007: 165); por lo que a partir del acuerdo Sykes-Picot se delimitan los trazos limítrofes de los territorios actuales de los países que conforman la frontera horizontal del sur del Mediterráneo.
El Tratado Sykes-Picot lleva el nombre de los dos hombres que lo firmaron, ambos diplomáticos, uno británico y el otro francés respectivamente. Éste fue un tratado secreto entre Gran Bretaña y Francia que se resolvió en mayo de 1916, pero que en realidad nunca fungió como tal, lo cual resulta aún más absurdo porque de acuerdo a varios especialistas delimitó las fronteras geopolíticas de la región:
No fue un tratado. Tampoco fue un compromiso formalizado en un documento rubricado por las dos partes. Se trata meramente de dos notas dirigidas por el secretario de Asuntos Exteriores británico, Edward Grey, a su homólogo francés, Paul Cambon, y un mapa coloreado. Pero vale como acuerdo, que fue comunicado a los gobiernos de Italia, Rusia y Japón, y muchos historiadores lo consideran como un tratado con efectos vinculantes que alcanzan hasta hoy mismo y al que se atribuyen casi todos los males que sufre la región (Bassets, 2016).
Francia y Gran Bretaña acordaron dividirse lo que quedaba del territorio otomano pues querían asegurar estos territorios ricos en petróleo dadas las necesidades de recursos naturales, especialmente combustible, que necesitaban ambas potencias (basta mencionar como ejemplo que en 1914 la marina británica comenzó a usar petróleo en vez de carbón). Gran Bretaña, además, quería proteger sus intereses en el canal de Suez y asegurar la conexión entre el Mediterráneo y el Golfo Pérsico (a través de Basora) ya que era una ruta rápida para llegar a la India (Nafi, Basheer en Sykes-Picot: Lines in the Sand (Episode one), 2016).
Las fronteras que dividieron lo que antes había sido el imperio otomano se determinaron arbitrariamente por zonas de influencia y sin considerar a la población que vivía dentro de este territorio, como sucedió con los proyectos de ocupación del siglo XIX y XX (similar al caso de la frontera México-Estados Unidos o Israel-Palestina): “The arbitrary drawing of borders, in defiance of geography, ethnicity and common sense, became the hallmark of imperialism in the nineteenth and early twentieth centuries” (Mason, 2016).
La resolución final se plasmó en una mapa que mostraba el control absoluto de Francia y Gran Bretaña sobre ciertas áreas (área azul para Francia y área roja para Gran Bretaña) y una región interna dividida en área A (influencia francesa) y área B (influencia británica) en la cual los árabes tendrían cierta autonomía pero con la influencia de los respectivos países (Barr, James en Sykes-Picot: Lines in the Sand (Episode one), 2016; Foucher, 2016). Así, Francia se queda con los territorios que actualmente ocupan Siria y Libia, mientras que Gran Bretaña se queda con los territorios de Iraq, Palestina y Transjordania. Arabia Saudí, Irán y Turquía son los únicos tres países que logran escapar al colonialismo europeo.
No todos los teóricos contemporáneos coinciden con que el Sykes-Picot determinó el futuro de la región. Michel Foucher, por ejemplo, afirma que este tratado sólo representa 700 km de las actuales divisiones de la zona, que ascienden a cerca de 14,000 km (Foucher, 2016). Mientras otros analistas afirman que fue tal la influencia que incluso después de cien años sigue vigente en el imaginario colectivo de quienes ahora pretenden erradicar esas fronteras:
The borders that exist today — the ones the Islamic State claims to be erasing — actually emerged in 1920 and were modified over the following decades. They reflect not any oneplan but a series of opportunistic proposals by competing strategists in Paris and London as well as local leaders in the Middle East. For whatever problems those schemes have caused, the alternative ideas for dividing up the region probably weren’t much better. Creating countries out of diverse territories is a violent, imperfect process. (Danforth, 2016)
El caso de Palestina fue distinto pues el acuerdo preveía que fuera territorio internacional, dando paso a su futura ocupación: “Sykes’ famous pencil-stroke through the Arab world, combined with his enthusiastic support of Balfour’s 1917 declaration in favour of a Jewish State in Palestine, makes him one of the few British figures who exerted strategic influence on the twentieth century” (Mason, 2016).
El acuerdo Sykes-Picot, marca un momento significativo en la relación de dependencia que existe hasta ahora entre el mundo árabe mediterráneo y la Unión Europea. Esto se hace evidente durante la Conferencia de Paz de Versalles (1919-1920), donde la representación árabe no es escuchada, lo que suscita distintas rupturas en varios niveles sociopolíticos en la zona que, a su vez, encaminan a estos países a formar parte de un capitalismo periférico y de relaciones asimétricas.
Una situación a considerar en la geopolítica internacional de la frontera horizontal del Mediterráneo, que no necesariamente define las fronteras contemporáneas de la región, pero sí los vínculos entre el gobierno de Israel y las potencias occidentales (Estados Unidos y Unión Europeo), derivada de la geolocalización estratégica que significa este territorio de cara a Rusia, se vincula con la relación que existe entre Israel, especialmente en la manifiesta defensa de Palestina, con sus vecinos (Egipto, Jordania, Líbano, Irak y Siria). Una relación complicada a partir de que se proyectó la ocupación del territorio palestino, en ámbitos internacionales, especialmente durante el protectorado británico (1922-1948) y después de la conformación del Estado Israel (1948):
Las contradicciones producidas por la partición de Palestina durante la primera mitad del siglo XX emergieron con toda su fuerza poco después de la segunda guerra mundial. La creación del Estado de Israel sobre cuatro quintas partes del territorio de Palestina, por no hablar del drama de los refugiados ni del poderío militar del nuevo Estado, había asestado un duro golpe a los también recientemente creados países árabes y a sus poblaciones. (Conde, 2013: 54-55)
Al terminar la segunda guerra mundial, la influencia de Estados Unidos en la región, contribuyó a que Turquía reconocieran muy pronto la existencia del Estado de Israel (1949), y a partir de ese momento se han gestado una serie de desavenencias entre la comunidad árabe, que antes ocupaba el territorio del Imperio otomano, especialmente durante la Guerra Fría, que dan cuenta de los diferentes conflictos multifactoriales que se perpetúan en la actualidad:
Aunque una variedad de motivos explica el ataque israelí de 1967 a Egipto y Siria, los líderes sionistas aprovecharon para ocupar territorios estratégicos desde el punto de vista de control del río Jordán e incluso de la llegada de su principal tributario, el Yarmouk. En octubre de 1973, Egipto y Siria lanzaron una ofensiva bélica que les permitió recuperar una pequeña parte de los territorios perdidos seis años antes […] Siria ha apoyado a diversas organizaciones palestinas (aunque no siempre a todas), así como a la resistencia libanesa a la ocupación israelí. Las acciones de apoyo turco a los israelíes han sido un motivo de escozor permanente para los sirios. (Conde, 2013: 68-69)
La cercanía política, cultural, económica es inminente (e inmanente) entre estos países de Oriente Próximo, no solo por cuestiones históricas, que nos pueden remontar a civilizaciones ancestrales, sino también por el lugar estratégico que ocuparon (y ocupan) en el eterno conflicto entre Rusia (URSS durante la Guerra Fría) y Estados Unidos. Un lugar que sin duda corrobora la afirmación de Doreen Massey cuando dice que la geografía importa para entender los procesos sociales. En el caso de la ocupación palestina, estos procesos geopolíticos son una factura histórica para la modernidad, en el sentido del desplazamiento de las capacidades históricas de los Estados:
Como para demostrar su capacidad de establecer vínculos cuando y como le conviene, Estados Unidos unió a Israel, los palestinos, Jordania, Siria y Egipto en una Conferencia de Paz para Oriente Próximo celebrada en Madrid el 30 de octubre de 1991 […] Hasta se invitó a participar a la prácticamente extinta Unión Soviética de Mijaíl Gorbachov como “copatrocinadora” al tiempo que se excluía completamente a las Naciones Unidas (por más que Estados Unidos utilizara cada día al Consejo de Seguridad para sus constantes intervenciones contra Irak), preparando el terreno para lo que se calificaba un avance histórico. (Said, 2014: 307)
Derivado del proyecto de ocupación por parte del gobierno israelí, el territorio palestino no solo ha ido disminuyendo considerablemente desde 1948, año en el que se funda el Estado de Israel, a la fecha (y no dudo que en unos años más Israel ocupe todo el territorio), sino que también su población ha sido invisibilizada por el crecimiento demográfico y el desarrollo urbanístico y arquitectónico impuesto en la región que esconde, por ejemplo, las vías terrestres que comunican Palestina con Israel, o derivado de una política de desprestigio de la comunidad palestina, desde antes de la ocupación israelí e incluso fuera de Medio Oriente:
Sin duda, hasta ahora y en lo que respecta a Occidente, Palestina ha sido el lugar donde una creciente población de judíos relativamente avanzada (por europea) ha realizado milagros de construcción y civilización, y ha librado con éxito brillantes guerras técnicas contra lo que siempre se había representado como una población estúpida y en esencia repelente de habitantes autóctonos árabes incivilizados. No cabe duda que la pugna en Palestina ha sido entre una cultura avanzada (y que avanza) y otra relativamente atrasada y más o menos tradicional. (Said, 2014: 58-59)
De frente a la Unión Europea, Israel es un aliado estratégico en la exportación de tecnologías de control. Israel es sin duda uno de los principales países que vende equipos de securitización fronteriza al resto del mundo, privilegiando la economía del terror, invirtiendo en innovación y desarrollo para crear diferentes mecanismos de seguridad, tecnologías de poder, que le ha permitido posicionarse como uno de los principales proveedores de la Unión Europea: “Gracias al acuerdo firmado en 1998, las empresas israelíes tienen el privilegio de ser las únicas no europeas que reciben fondos de investigación provenientes de la UE. Según el último informe del Transnational Institute, Stop Wapenhandel y el Centro Delàs de Estudios por la Paz, Guerras de frontera” (Saavedra Bajo, 2016).
Egipto, al igual que Siria, ha sido el vecino incómodo de Israel. Aunque en otros momentos también ha sido fuertemente criticado por sus homólogos en la Liga Árabe, especialmente cuando en 1979 firma un tratado de paz con Israel. En momentos, su cercanía con el bloque socialista (los no alineados) le ha favorecido para conseguir cierta autonomía y defensa de sus recursos naturales (el agua principalmente) de frente a la explotación europea, como sucedió cuando “el presidente Nasir nacionalizó el canal de Suez” en 1956. Esta medida permitió que el presidente egipcio ganara “el respeto y la admiración no solo del pueblo de su país, sino de todo el mundo árabe y de gran parte del tercer mundo” (Conde, 2013: 59).
Líbano, vecino de Israel y Siria, actualmente tiene la tasa per capita más alta de refugiados en el mundo, según ACNUR (24%, equivalente a 11 millones de personas), de los cuales la mayoría son palestinos y sirios, asentados principalmente en dos ciudades: Beirut y Bekaa (Varela, 2016). Esta situación se complejiza para el gobierno libanés en tres niveles: el económico, el social y el de seguridad. Sin embargo, hasta ahora la respuesta de la sociedad ha sido mucho más solidaria que lo que se ha visto en la Unión Europea, no solo por la tradición hospitalaria de la cultura árabe (un aspecto a destacar en las lógicas transformadoras), sino también por la cercanía con la tragedia palestina, especialmente la masacre de Chatila, ocurrida en 1982, que Jean Genet describe de la siguiente manera:
Israel se había comprometido ante el representante americano, Habib, a no poner los pies en Beirut Oeste y sobre todo a respetar las poblaciones palestinas de los campamentos de refugiados. Arafat tiene todavía la carta en la que Reagan le promete lo mismo. Habib habría prometido a Arafat la liberación de nueve mil presos en Israel. El jueves empiezan las matanzas de Chatila y Sabra. ¡El “baño de sangre” que Israel pretendía evitar aportando orden a los campamentos !”… me dice un escritor libanés.
“Será muy fácil para Israel librarse de todas las acusaciones. Ya los corresponsales de todos los periódicos europeos se ocupan de excusarlos: ninguno dirá que durante las noches del jueves al viernes y del viernes al sábado se hablaba hebreo en Chatila”. Esto me lo cuenta otro libanés. (Genet, 2001)
Desde mi perspectiva, y en función de lo que he denominado las zonas de convivencia fronteriza que se encuentran en un limbo administrativo, Palestina no es un caso aislado de una realidad deshumanizante, aunque se exprese de forma distinta, ya sea como campos o agrupamientos informales, campos de reclusión y campos abiertos, que se pueden encontrar en prácticamente todo el mundo (me refiero específicamente a los campos de refugiados que surgieron desde 2015, como Calais, Idomeni, Monte Gururú). Frantz Fanon ya se había referido a esta negación de la humanidad en Los condenados de la tierra(2007), lo mismo que muchos otros. Boaventura de Sousa lo describe en una analogía de los muchos “Guantánamos” que existen en la actualidad:
Hoy como entonces, la creación y la negación del otro lado de la línea son constitutivas de los principios y prácticas hegemónicas. Hoy como entonces, la imposibilidad de la copresencia entre los dos lados de la línea se convierte en suprema. Hoy como entonces, la civilidad legal y política en este lado de la línea supone la existencia de una completa incivilidad en el otro lado de la línea. Guantánamo es hoy una de las más grotescas manifestaciones de pensamiento legal abismal, la creación del otro lado de la línea como una no área en términos políticos y legales, como una base impensable para el gobierno de la ley, los derechos humanos y la democracia. Pero sería un error considerar esto excepcional. Existen otros muchos Guantánamos, desde Iraq hasta Palestina y Darfur. (de Sousa, 2014: 28-29)
En todos estos casos encuentro significaciones similares: la ocupación de espacios provisionales por los sujetos desechables, ya sean proveídos por los mismos gobiernos, mientras deciden qué hacer con ellos, o apropiados por lo sujetos en tránsito, mientras deciden qué hacer con su destino: son consecuencias de la política de externalizar las fronteras de primer mundo a tercer mundo.
Estos sujetos sin ciudadanía han dejado de ser parte del andamiaje de la infraestructura del sistema capitalista, y se han negado a asumir su condición de vulnerabilidad ontológica promovida por los gobiernos colonizados y continuamente explotados por las grandes potencias. Estos sujetos han dejado de ser necesarios para la economía mundial por lo que es mejor mantenerlos al margen, pero sin que eso repercuta en un mayor gasto administrativo.
La ocupación de Israel en territorio palestino demuestra un caso más de zonas de convivencia fronteriza en limbo administrativo, no solo al interior de un Estado que dividió dos naciones, y que ha servido para aislar a la comunidad árabe-musulmana, sino también de cara a sus vecinos, Egipto y Jordania, para impedir la entrada irregular de refugiados y migrantes Africanos.
Este doble ejercicio de fortificación interna y externa, a diferencia de los anteriores, está sustentado en un proyecto urbanístico que por un lado pretende no solo desaparecer lo poco que queda de territorio palestino, sino también invisibilizar su presencia. Este proyecto urbanístico se observa en el diseño de las autopistas que comunican el territorio israelí y, a su vez, ocultan el territorio palestino. Un muestra de ello se observa mediante el uso del geolocalizador de Google Maps, donde no aparecen los términos geográficos correspondientes a “Palestina”, pero sí están identificados con una línea discontinua (véase “Imagen 3: Bug del territorio palestino”).
Imagen 3: Bug del territorio palestino (Rodríguez, 2016)
Jerusalén, un viaje expressº