Lamentamos la muerte de personas migrantes en Ciudad Juárez

Quienes conformamos el grupo de investigación de Estudios Fronterizos de la UACM lamentamos la muerte de personas migrantes ocurrida en las instalaciones del Instituto Nacional de Migración ubicadas en Ciudad Juárez, Chihuahua.

Nos solidarizamos con los familiares de las víctimas. Son personas que no debieron morir tratando de buscar mejores oportunidades de vida; responsabilizamos a las autoridades migratorias mexicanas por no proveer las condiciones adecuadas y por no garantizar la vida de las personas migrantes.

Condenamos las omisiones de la administración del presidente Andrés Manuel López Obrador por no proponer una política migratoria basada en la protección de los derechos humanos de las personas en tránsito; como tampoco con una política fronteriza basada en modelos de sociedad adecuados para las comunidades fronterizas que provean de los derechos sociales mínimos para las personas que esperan una resolución en sus peticiones de asilo.

Solicitamos al gobierno de Morena no criminalizar ni revictimizar a las personas migrantes.

Gabriela Pinillos

Lucía Ortiz

Yolanda Alfaro

Roxana Rodríguez

I don’t lie, my friend

Durante estas noches de invierno he pensado en Meherban. La última vez que lo vi, la cosa no pintaba bien.

En mayo del año pasado yo había llevado a mi hija a coger hojas de morera en Lluis Llansà y Valencia. Él hablaba por teléfono. Una familia lo esquivó. No quise que la pequeña cogiera miedo y permití que él se acercara. Le sentí tufo a cerveza cuando se presentó en inglés: pakistaní con estatus de refugiado pero sin lugar donde dormir. No había comido ese día. I don’t lie, my friend, me dijo. Le di 10 euros. Pensé en albergues, en la Fundación Arrels, en lo fácil que sería ayudarle. Le pedí su número de teléfono.

Un par de días después nos vimos en Joan Miró. Había gastado cinco euros en darse una ducha en el piso de unos bengalíes. Me permitió tomar notas. Agradecía que España no lo deportara, pero estaba cansado de ir a una oficina de Zona Franca en la que le informaban que no quedaban plazas —en parte por la situación del virus—, y que ya lo llamarían.

Hablamos del hambre. En Grecia había aguantado seis días casi sin comer hasta dar con un manzano, junto a un arroyo. Tras dejar su país, pasó por Irán y Turquía. Me habló de Milán, de Francia, de su llegada a Barcelona el 11 de noviembre de 2019.

En su móvil, Meherban también me enseñó visados de ingresos al Reino Unido. Eran de su vida de antes, de cuando hacía turismo. Su padre había sido un hombre rico. Murió por una picadura de serpiente dos meses antes de que él naciera. Lo llamaron Meherban, que en urdu significa “amigo”.

Tiempo después me contó que en Pakistán había aportado para la construcción de un hospital y otras obras. Me enseñó una carta firmada por una autoridad de su villa en la que se aseguraba, “a quien corresponda”, el buen “carácter moral” de Meherban, “trabajador social en su comunidad, activo y honesto”. Ese mismo día me habló de Liz, una amiga inglesa que hace poco le propuso que se casaran. Me dijo que no podía hacerlo porque él seguía amando a su mujer.

Para poder llevarlo a un albergue, me urgía preguntar antes por el alcohol. Me dijo que algunas noches pensaba y pensaba en su vida de antes y no podía dormir. La cerveza le ayudaba.

Los de Arrels no lo encontraron en el portal de Entença donde se acurrucaba algunas noches. Se perdieron las semanas y los intentos. Viajé por vacaciones y, tras regresar, charlé con él por última vez. Se había rapado la cabeza, estaba muy delgado —tan distinto al de la foto de su visado británico—, y había empezado a colaborar en un huerto urbano en la Avenida de Roma. “Quiero llenar de huertos toda Barcelona”, me dijo. Por primera vez sentí que su lucidez flaqueaba.

Una sola vez, quebrándose, me habló del grupo Talibán que le había pedido su propiedad para montar un centro de entrenamiento. Él se negó diciendo que su jihad era respetar la vida, que dura poco, como una flor. Algo de lo que prefiere no hablar sucedió con los Talibán, su esposa y sus hijos. El ejército de Pakistán, al que él considera el mejor del mundo, le ayudó a salir. Una niña suya tenía la edad de la mía.

Tiempo después de ese último encuentro, en otoño, su teléfono dejó de recibir mensajes. Hace unos días confirmé que su nombre sí consta entre los donantes de una fundación pakistaní hasta 2016. He ido a buscarlo en sus calles, sin suerte. La cosa, que no pintaba bien, iba a terminar aquí.

 Sin embargo, hoy —no miento—, acabo de recibir este mensaje de uno de los voluntarios del huerto urbano: “Soy Xavi de Germanetes (Jardins Emma). Las noticias son buenas. En octubre/noviembre Mehrban consiguió un piso con el tema de la petición de asilo”. Le han ayudado los de esa oficina de Zona Franca.

¿Cómo será su nuevo lugar? ¿Cómo habrán sido estos meses? Ya se lo preguntaré; Xavi me ha compartido el nuevo número de Mehrban. Hace unas semanas, ya casi sin esperanza, compré unos saquitos de té que prometen “sabor paquistaní”. Uno de estos días podríamos reunirnos los tres para probarlo y ponernos a charlar.

Leonardo de la Torre Ávila

Escribir para “bordear” la vida.

Para Federica Ambra Psaila.

Este proyecto nació con una idea que era recurrente en todos los diálogos y las conversaciones con Roxana: “hay que hacer narrativas fronterizas”, pero “¿Qué es una narrativa fronteriza? ¿Cómo se escribe eso?” creo que era la pregunta de todos, por lo menos la mía. Hicimos un taller invitando específicamente a algunas personas que conocíamos y presentíamos interesadas en el tema.

Luego, con Yolanda, se presentó la posibilidad de hacer un seminario permanente, que ya traíamos en mente. Lo coordinamos las cuatro, con Lucía. De allí saldría un producto. El más esperado, el más sentido.

Hicimos una convocatoria, y llegaron muchos correos. El de Federica estaba allí:

Mi nombre es Federica Ambra Psaila, soy italiana y actualmente soy estudiante de doctorado del programa “Política internacional y resolución de conflictos” de la Universidad de Coimbra, Portugal. 

Comunicación correo, 29 de julio de 2021

La estrategia que seguimos para tallerear los textos, inicialmente, fue dividir el grupo en tres categorías que dieran cuenta de lo que estábamos haciendo, pero no usando las que podríamos pensar como “tradicionales”: cuerpo, potencia y bordear, fue lo que decidimos, en consenso, de lo que queríamos hablar en nuestro libro. Federica siguió con Lucía, en el grupo de bordear y de ahí en adelante trabajaron los textos.

Al final, en las últimas sesiones conjuntas, nos intercambiamos las lecturas de cada relato, luego de que Roxana los leyera todos. A mí me tocó leer el de Federica:

Hola Federica,

Espero que estés bien.

Te comparto mi impresión sobre tu texto:

Creo que, como dice Roxana, está completo, tiene la atención y la secuencia que nos mantiene atentas a quienes te leemos. 

Te confieso que al leer los textos de ustedes me quedo pensando más en lo que falta al mío, no sé si eso es más bien un acto egoísta y no como lo pienso: algo de admiración. (…)

Ojalá podamos compartir un poco nuestras experiencias de manera más cercana en algún espacio y momento.

Te dejo un abrazo muy grande.

Comunicación correo, 3 de febrero de 2022

El texto de Federica habla sobre uno de los días más felices de su vida, un relato que ella escribió desde algún lugar que no conocemos, sobre un momento del pasado en Sao Paulo, Brasil. En lo que narra describe sus impresiones, nos lleva a imaginarla en ese espacio, a imaginar el lugar donde estuvo, las personas con las que estuvo, los espacios, los colores, las luces y las sombras, lo feliz que era, habla de su privilegio y recuerda cómo estaba siempre presente su madre en su mente.

En mi cabeza la voz de mi madre gritaba: “¡Piedad! ¡Ni siquiera
pienses en hacer eso! ¿Has visto la cantidad de personas que bebieron
deesa taza?”; ¡Oh, mamá!, después de tantos intentos de romper el hielo, ¿me iba a negar por no tener un vaso limpio? ¡Lo bebí y se convirtió
en una fiesta! ¡Y qué fiesta!

Los Bordes, los huecos. Pág 68

Estamos tan conectados y a la vez tan desconectados en este tiempo. Federica ya no está en este mundo. No vio terminada la obra, nuestra obra, esa donde estamos entrelazadas todas, desde ahora, invariablemente. Se fue. Pero el texto está aquí, allí, allá. Y ella con él, a través de él.

São Paulo me habló de sí misma, pero también del lugar privilegiado que yo ocupo en el mundo. Me enseñó a dejar atrás los prejuicios y las comparaciones. Y que todo viaje es un viaje de ida sin vuelta
cuando nos permitimos hacer espacio, abrir huecos entre los límites
de las fronteras que nos separan, hasta el punto de lograr bordearlos,
uno por uno, en la trama de nuestras nuevas identidades híbridas.

Los Bordes, los huecos. Pág 69.

Gracias Federica. Gracias por compartirnos. Gracias por escribir juntas. Y por bordear la vida .

Gabriela Pinillos

Grupo de investigación sobre fronteras y migraciones de la UACM

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