
Un hombre que trabajaba como coyote en Tijuana. / saúl ruiz
“Un taxi se detiene junto a la valla metálica que separa los dos países en la costa de Tijuana. “Yo puedo contarles, pero ustedes no graban, ni dicen mi nombre”. El conductor trabajó como coyote un tiempo. “Estuve menos de un año, pero durante ese tiempo dejé el resto de negocios, porque ganaba mucho más con el brinco. Era dinero fácil, en menos de una hora ya traía 300 dólares. Ahora llega a los 12.000. Hay quien pasa con documentos falsos o en lancha”. La carretera desde las playas al centro de Tijuana transcurre un buen rato paralelo a la barda. Un muro alto, visible, que hoy pareciera infranqueable. “Antes había una parte de la barda más baja, con un árbol muy cerca, uno lo trepaba y eso facilitaba el salto. Del otro lado caminábamos 20 minutos agachados entre matorrales hasta un Mc Donalds. Allí me pagaban, los dejaba y ellos iban con el siguiente [coyote] que tenían apalabrado para subir hasta San Diego o Santa Ana. Yo me regresaba a veces por La Línea porque entonces no pedían documento”, explica.
“¿Por qué lo dejó?”, “Me agarraron en 1994 y estuve seis años y cien días en la cárcel. La misma gente que pasaba me delató. Con los años los polleros llegaron a pagar cuotas a la judicial para que los dejaran trabajar a gusto, pero se fueron yendo al bote, unos están de aquel lado y otros en México. Se fue deshaciendo el grupo. Está más difícil últimamente”.
Tras el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York en 2001, los controles en la frontera se endurecieron y existe más vigilancia.
Pedro masca sábila y la escupe. “Cura cualquier infección”, dice, y cuenta que es ingeniero agrónomo y que trabajó como inspector de la Secretaría de Agricultura en el puerto de Manzanillo, en Colima, hace más de 20 años. Él tiene 58 y su hijo cuenta que es alcohólico. En las últimas dos décadas se dedicó a pasar personas a Estados Unidos, pero lo dejó en 2012. “Al principio en una semana podías llevar a 15 o 20 y lo hacías en grupo, les dabas alojamiento, comida, ahora eso es casi imposible. Ya no es negocio”. A Pedro lo invitó un amigo a trabajar en esto. Pedía permiso y se venía. Al final dejó su empleo y se trasladó a Tijuana porque ser pollero [coyote] salía más rentable. Primero se encargaba de conseguir clientes y se los daba a otros, que los pasaban. “El que gana bien es el que salta. Antes había dinero para comprar a gente, la gente que se dedica a buscar clientes. A estos le dabas 25-30 dólares. Ahorita no es segura la pasada. Sí entran, pero de 100, uno o dos”. Pedro no esconde que ganó mucho dinero, pero explica que concebía su trabajo como una labor noble: “Ayudaba a la gente a cumplir su sueño. Nunca me aproveché de nadie y eso que llevé a muchas mujeres, pero las respetaba. A muchas las violan”.”
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