El Seminario Pemanente de Estudios Chicanos y de Fronteras (INAH), a cargo del Dr. Juan Manuel Sandoval, tuvo la presencia de la Dra. Jill Anderson (investigadora visitante / Postdoctoral Fellow, CISAN-UNAM), quien habló sobre el retorno de jóvenes migrantes mexicanos deportados, repatriados o que “han salido voluntariamente de USA”. Un tema que nos obliga a reflexionar sobre las opciones educativas y laborales que deben brindarse a este grupo vulnerable.
La Dra. Anderson expuso distintos casos en los que aparece una profunda exclusión transnacional en materia educativa para los hijos de indocumentados que están a punto de cursar la universidad. Los jóvenes no pueden accesar a la educación superior de los Estados Unidos de América por ser ilegales, pero tampoco en su propio país: México. En este último pareciera que un enorme aparato kafkiano se impone sobre su inserción escolar, ya que no pueden revalidar sus estudios de preparatoria ante la Secretaría de Educación Pública (SEP). En este escenario de precariedad social y frustración, los jóvenes se reúnen con familiares que viven en el Distrito Federal, con el objetivo de encontrar oportunidades laborales; comienzan a trabajar en el mercado informal o en call centers donde requieren el dominio del idioma inglés; y recurren a las iglesias cristianas, principalmente mormonas.
La investigadora considera que ha encontrado una especie de “diáspora de dreamers”, quienes tienen un pasado bastante complejo y obtuso al pertenecer a una familia de indocumentados que tiene pocas posibiliades de ascender en la estructura social receptora, por ejemplo, muchos de estos jóvenes pertenecieron a pandillas, en aras de obtener un reconocimiento social y poder ganarse respeto ante la discriminación, así como una identidad en medio de la marginación; otros, pudieron seguir un camino lejos del crimen y las drogas, pero crecieron en un entorno muy limitado. Ambos tienen algo en común: No vislumbran un futuro. Algunos prefieren regresar a México antes de los 18 años, para evitar la penalización; otros quieren escapar de las pandillas; mientras que muchos tantos son deportados.
Lamentablemente estos jóvenes no encuentran apoyos, sólo la ayuda algunos de sus familiares, quienes a veces no pertenecen a sus lugares de origen o no nacieron donde sus padres. Sus familiares les recomiendan que entren al call center, porque la paga es relativamente buena, en comparación con el salario promedio de la población defeña. Ahí encuentran un sentido de pertenencia al hablar con los demás en un idioma con el que se identifican, al ubicar a otras personas que están pasando el mismo duelo y dificultades y al mirarse con otros muchachos que están “waiting to back to USA”. También es ahí donde reproducen una cultura de violencia, en la que estaban inmersos desde el país del Norte. Algunos jóvenes trafican drogas en ese espacio de trabajo, desde marihuana hasta pastillas. Las autoridades del call center los mantienen en sus filas, porque son fuerza de trabajo flexible que en un poco rato será sustituida; además, ahí mismo han puesto detectores de metales para evitar cualquier acto de violencia. Los vecinos de esa colonia también los rechazan por conflictivos.
Pero ese lugar de pertenencia es efímero. La polìtica laboral del call center, que está acorde con esta época neoliberal, establece que ningún empleado puede estar más allá de un año, así que los jóvenes de nuevo se encuentran en condiciones de inestabilidad y precariedad socioeconómica. Sin alternativas, continúan luchando por su revalidación de estudios y se organizan a través de los medios electrónicos, como facebook. Algunos contruyen un imaginario de un “sueño mexicano”, a pesar de las desventajas en su propia tierra. La investigadora no abundó sobre las redes de amistad que van más allá de los medios electrónicos, pero me imagino que estos jóvenes comienzan a reunirse más seguido o platican más frecuentemente para alejarse del sentimiento de frontera en su propio país, ese que los divide de manera simbólica del resto, pues según la Dra. Anderson, ellos se sienten ajenos, extraños o extranjeros, debido a las barreras estructurales. Uno de estos cholos le expresó a la investigadora: “Yo no soy ni de aquí ni de allá”. Y es precisamente esa tecnología escindente, en palabras Foucaultianas, la que los obliga a escapar de la vulnerabilidad por medio de la violencia y a buscar un trabajo donde se identifican, aunque carecen de seguridad y derechos laborales.
Y así estos dreamers van tejiendo ilusiones en medio de desesperanzas, sustituyendo un sueño por otro, pero tratando de acceder a una vida más digna sin estigmas. Considero que es necesario que la sociedad, el mundo académico y el Estado haga al respecto y proponga medidas en materia educativa, para que la utopía de estos jóvenes sea realizable.
Y sobre utopías realizables:
https://www.facebook.com/dreaminmexico
Mtra. Janet Flor Juanico Cruz
Antropóloga social y Socióloga,